‘Roar’, de Apple TV+: gritar hasta que caiga el patriarcado, pero poquito
Las creadoras estadounidenses Liz Flahive, Carly Mensch llevaron a Apple TV+ esta serie con apariencia feminista. Un conjunto de episodios independientes que narran historias tan bizarras como reales. Unos relatos que hacen a la audiencia reflexionar sobre la realidad más surrealista. Una mirada feminista y original que busca “aplastar el patriarcado” [traducción de la popular frase utilizada por el movimiento: “smash the patriarchy”]. Aunque Roar lo hace desde un ángulo superficial y poco diverso.
La serie está compuesta por 8 episodios totalmente independientes. De una duración de media hora cada uno, lo cual los hace todavía más fácil de consumir. En las historias narradas, se imprime una perspectiva feminista evidente. Perfectamente enfocada – en algunos episodios -, aunque con algunos huecos por rellenar como es la diversidad de orientaciones e identidades. La interseccionalidad de los personajes construidos es bastante superficial. Aunque se nombra la etnia y el género, la clase y las orientaciones sexuales son eliminadas de la ecuación.
Es particularmente desafortunado, que en una serie creada en 2022 ni se mencione a un personaje homosexual. Todas las mujeres protagonistas son cisgénero y heterosexuales. Un detalle que resta valor a una serie de gran relevancia dentro del movimiento feminista y su reflejo en el audiovisual.
Su mayor virtud: la originalidad en la construcción del relato. Bajo el aspecto de la ciencia ficción y a través de historias aparentemente surrealistas, se esconde una realidad mucho más bizarra. La cruda realidad que viven las mujeres bajo el peso del sistema patriarcal que las oprime. Hasta el ecuador de la serie, la calidad de los episodios va aumentando uno a uno. Sin embargo, a partir de entonces, todo va cuesta abajo.
Roar 1: La mujer que desapareció
Issa Rae es la actriz que encarna al personaje de Wanda. Una escritora que se dirige hacia un estudio donde van a adaptar sus memorias a la pantalla. Wanda, mujer negra de clase media, se enfrenta a una realidad tan cruel como real. Un mundo de personas blancas donde su figura empieza a desdibujarse peligrosamente. La interseccionalidad en este episodio es brillante. Donde la capitalización de los movimientos sociales se refleja a la perfección, llevando a cabo una crítica excelente hacia la sociedad. Un primer bocado de la teleserie que deja con ganas de más.
Roar 2: La mujer que se comía las fotografías
En el segundo episodio es la aclamada Nicole Kidman la que interpreta a Robin. Mujer, madre e hija, ¿y algo más? Una mujer que, literalmente, se come las fotografías de su pasado. Un lugar donde ella era la hija de. Donde era feliz. ¿Cuál es el rol de la mujer más allá de ser madre e hija? ¿o incluso esposa? Una reflexión esbozada de forma genuina. Con una interpretación excelente por parte de Nicole Kidman.
Roar 3: La mujer colocada en un estante
Conforme avanza la teleserie, parece que la calidad de los relatos aumenta. Así como el surrealismo en ellos. En el tercer episodio, Amelia, interpretada por una soberbia Betty Gilpin, es colocada en una estantería tras casarse. Sí, ese es su rol como esposa. Sentarse en una estantería para que su marido la observe. ¿Irreal? Distópico y llevado al extremo, pero más real de lo que parece. Ese rol como mujer que es el objeto al que mirar. Ese objeto que con el paso del tiempo va perdiendo su sentido como sujeto. Un “smash de patriarchy” brillante donde la actriz Betty Gilpin aporta una gran actuación. Elevando así la calidad del episodio.
Roar 4: La mujer que se encontró mordeduras en la piel
Las historias disparatadas van obteniendo un cariz mucho más oscuro. El terror infundido e impuesto por la sociedad al ser madre es perfectamente representado en este episodio. La angustia de ser mujer en un mundo de negocios donde predominan los hombres. Pero, sobre todo, de ser mujer, madre y trabajadora. Un Workin’ Moms (2017 -, CBC) trasladado al género de misterio e incluso terror. Cynthia Erivo encarna a Ambia con excelencia. Actriz conocida por películas magníficas y reivindicativas como Harriet (Kasi Lemmons, 2019). Un relato construido de forma excelsa, con un resultado satisfactorio.
Roar 5: La mujer a quien daba de comer un pato
En el ecuador de la serie se encuentra uno de los mejores episodios de esta. El propio título puede generar una carcajada fácil. ¿Un pato que da de comer a una mujer? El argumento es tan absurdo como espeluznante. Merritt Wever interpreta a Elisa de forma impecable. Ella sola, en diálogo con un pato a lo largo de todo el capítulo. Algo que puede sonar absurdo, pero que conforme avanza la trama va alcanzando un tono cada vez más real y crudo a la vez. Tras el visionado del episodio se recomienda leer el mencionado artículo del New Yorker: Duck sex and the patriarchy publicado en 2017. Un broche de oro ideal para terminar de entender el capítulo y quedarse reflexionando sobre este durante largo tiempo. Los patos y el patriarcado. Una combinación aparentemente surrealista que cobra mucho más sentido tras el visionado de Roar.
Roar 6: La mujer que resolvió su propio asesinato
A partir de este episodio, la serie empieza a desmoronarse de forma abrupta.
Alison Brie lleva a cabo el papel de Becky. Mujer que es encontrada asesinada. Su espíritu aun deambulante, debe resolver su propio asesinato ante la ineptitud – y desinterés -, de los policías asignados al caso. Aunque el argumento puede resultar atractivo, el desarrollo de este flojea en su progreso. Con giros narrativos predecibles y personajes arraigados en los clichés más vacíos. Una reflexión sobre un tema acuciante y necesario, resuelta de un modo poco acertado.
Roar 7: La mujer que devolvió a su marido
Con esta historia, todas las expectativas establecidas al inicio de la serie se derrumban de forma inexorable.
Meera Syal es Anu, la mujer que devuelve a su marido. Pero ¿y si la responsabilidad de que él se siente en el sillón mientras ella le calienta la comida es también de ella? Un planteamiento un tanto controvertido, teniendo en cuenta además la temática general de la teleserie.
Todas las relaciones son cuestión de dos – o más – personas. De construcción y deconstrucción. Y cada pareja es única e irrepetible, por lo que es complejo el generalizar. No obstante, el exponer en una serie explícitamente feminista esta idea tan polémica, resulta un tanto cuestionable. Algo a lo que se suma además la floja construcción del relato. La cual resulta superficial y poco cautivadora.
Roar 8: La chica que amaba los caballos
Fivel Stewart es Jane, una joven que ama los caballos. Junto a su amiga Millie ambas emprenden un viaje que les cambiará la vida a ambas. Sin nada más reseñable, ni realmente original. Una historia bastante insustancial que resulta escasa como cierre de la teleserie. Lo más destacable, la dirección de fotografía. La cual regala ciertos planos hermosos que perfilan a la protagonista de forma excepcional.
Roar: una serie feminista original, con más sombras que luces
La idea es original y atractiva. Un soplo de aire fresco cuando se consumen los primeros episodios. Sin embargo, las expectativas van creciendo de manera exponencial que disminuye la calidad de la serie. El formato de la serie, que plantea historias bizarras para reflexionar sobre una realidad incuestionable, es de gran valor. Si las historias plasmadas son tan surrealistas como para echarse las manos a la cabeza, o incluso echar una carcajada, imaginad cuál es la historia real que las subyace y sostiene.
Sin embargo, parece que conforme avanza la serie, la caja de las ideas genuinas comienza a vaciarse poco a poco. Dando como resultado una obra superficial, con algunas historias muy atractivas, pero que son la minoría. La diversidad de identidades y orientaciones sexuales brilla por su ausencia. Dejando en evidencia esa capitalización del feminismo que, de nuevo, se cuela entre las producciones audiovisuales. Para entrar de lleno en el inconsciente de las personas que lo consumen, y arraigar ciertos estereotipos y concepciones que solo perpetúan el sistema patriarcal.
Gritar hasta que caiga el patriarcado, pero gritar flojito. Para bombardear solo aquello que se ve en la superficie. Y así no despertar al monstruo que duerme plácidamente bajo nuestros pies, poniendo todo el peso sobre nuestros hombros.