¿Hastiado por el estío? 5 cuentos contra el calor
Aunque en Las Furias no hagamos distinción de épocas del año para leer cuentos, sabemos que muchas personas aprovechan el verano para estirar las piernas bajo alguna sombrilla misericordiosa (o bajo el aire acondicionado) y ponerse al día con sus lecturas.
Cuando aprieta el calor, apetece comida fresca y ligera. De la misma forma, nada sienta mejor que un buen cuento en el tórrido mes de agosto que, si no te encuentras en prácticamente cualquier parte del hemisferio norte del planeta, te está tocando soportar.
¿Hastiado por el estío?
Nosotras te ofrecemos juegos de palabras manidos y cinco recomendaciones de cuentos cortos, muy de nuestro gusto.
Comenzamos.
Cuentos para el verano 1: Un destripador de antaño (1900)
Emilia Pardo Bazán es una de las figuras más importantes de la literatura española, sin discusión. La influencia que ha tenido en la subcultura gótica de nuestro país se explica por cuentos como este, que, pese a encuadrarse dentro del naturalismo y el realismo literario, no rehúye de lo macabro y luctuoso.
Minia es una huerfanita piadosa de la aldea de Tornelos, en Galicia. Su nombre referencia a la santa patrona del lugar, con la que guarda un gran parecido físico (según los aldeanos) y de la que es una ferviente devota.
Amable y pura de corazón, es adoptada por sus tíos, Juan Ramón y Pepona, los cuales la someten a toda clase de maltratos y vejaciones. Cuando el alcoholismo de él termina por hundir el negocio familiar y amenaza con dejarlos en la ruina, ella tiene una idea acerca de cómo conseguir dinero fácil.
No muy lejos del lugar vive una especie de curandero que, según se rumorea, elabora sus ungüentos a base de la manteca que extrae de jovencitas vírgenes. De modo que Pepona cree haber encontrado la solución de dos de sus males al mismo tiempo: la pobreza y su sobrina.
Un destripador de antaño es un retrato primitivista de la España rural de finales del siglo XIX, la cual seguía aferrada a sus viejas supersticiones. También una denuncia a la brutalidad que era moneda corriente en algunas familias de la época, sobre todo entre ciertos estratos sociales. Y todo ello con el ensangrentado telón de fondo del sacaúntos.
Un destripador de antaño puede conseguirse fácilmente en varias recopilaciones de Emilia Pardo Bazán, tales como Un destripador de antaño y otros cuentos, editada en 2015 por la editorial Alianza.
Cuentos para el verano 2: El mejor relato del mundo (1900)
Rudyard Kipling es de sobra conocido por ser el autor de El libro de la selva. Pero el que fuera premio Nobel de literatura en 1907 tiene una producción literaria mucho más amplia. Una de sus obras más disfrutables es, literalmente, El mejor relato del mundo.
Charlie Mears es el hijo único de una madre viuda que vive en el norte de Londres. Todos los días baja al centro de la ciudad para trabajar en un banco. De paso, visita a un viejo escritor amigo suyo. Y es que Charlie tiene ínfulas de escritor y poeta, pero nada de talento que las acompañe.
Tarde tras tarde, el viejo escucha las recitaciones del joven con más amabilidad que gusto, intentando vencer al sopor que le provocan. Pero un buen día, Charlie le llega con una idea extraordinaria para un cuento. A sabiendas de su escasa capacidad para redactarlo, va contándoselo al viejo a medida que se le ocurre.
Para sorpresa del escritor, su amigo le ofrece un relato acerca de un galeote de la Antigua Grecia con tal exactitud que solo podría ser contado por un testigo presencial. Pero ¿cómo puede ser posible?
En El mejor relato del mundo, Kipling expone algunas de las ideas que se trajo consigo de sus años de servicio militar en la India acerca de la muerte y la reencarnación. En la historia, Charlie revive, sin saberlo, los acontecimientos de una vida pasada, creyéndolos producto de su (más bien pobre) imaginación.
El mejor relato del mundo puede leerse en la recopilación de cuentos de Kipling publicada en español por la editorial Acantilado en marzo de 2008. En sus páginas, el lector se asoma a la trepidante posibilidad de haber vivido hace miles de años, así como de volver a reencarnarse siglos después.
Cuentos para el verano 3: Un dios solitario (1926)
Agatha Christie es la famosa creadora de Hércules Poirot, el tercer detective más famoso de la ficción (después de Sherlock Holmes y Batman). Además de las aventuras de este personaje, Christie escribió multitud de otros cuentos, prodigándose, sobre todo, en el género del misterio.
Un dios solitario, sin embargo, podría considerarse un romance, aunque de lo más peculiar. Después de haber pasado dieciocho años viajando por el mundo debido a su profesión, un no tan joven Frank Oliver regresa a su Londres natal. De carácter introvertido y ermitaño, se le hace complicado adaptarse a su nueva vida, en una ciudad con un ritmo y unas costumbres que ya no reconoce.
Para matar el rato, realiza visitas periódicas al Museo Británico. Ahí, en la sección de Arqueología, descubre a un pequeño ídolo desclasificado, en un abandonado rincón. Totalmente labrado en piedra gris, aparece sentado con los codos sobre las rodillas y la cabeza entre las manos, con los rasgos prácticamente borrados por la intemperie y los siglos.
Frank empatiza con este pequeño dios, del que nada se sabe, y se considera algo así como su único feligrés. Pronto descubre que esto no es del todo cierto. Hay otra persona que se planta rutinariamente frente al ídolo sin nombre, y que parece empatizar con él tanto como lo hace Frank. Se trata de una joven de aspecto frágil, desarrapado, “con un melancólico mohín dibujado en los labios”.
Al principio, el protagonista de Un dios solitario se siente irritado por la presencia de esta mujer. Su irritación, sin embargo, no tarda en transformarse en intriga, y después en una suerte de afecto inconsumado.
¿Quién es esta joven, y qué le ata al dios solitario? Y, lo más importante, ¿cómo reunirá Frank el valor para establecer contacto con ella y expresarle lo que siente?
Un dios solitario es uno de los cuentos más interesantes y hermosos que vas a leer nunca, y todavía puede encontrarse en librerías en una antología de Agatha Christie publicada en 1998 por Plaza & Janés.
Cuentos para el verano 4: Nadie decía nada (1970)
Raymond Carver es, para muchos, el mejor escritor de cuentos del siglo XX (además de uno de los poetas favoritos del que suscribe). De él ya hablamos un poco en nuestra entrevista a Mónica Regueiro, la cual participó en la adaptación al teatro de uno de sus textos.
Entre sus títulos más conocidos se encuentran De qué hablamos cuando hablamos de amor o La catedral. Nosotros, sin embargo, vamos a referirnos a uno de sus relatos no tan conocidos: Nadie decía nada.
El protagonista de esta historia es un adolescente cuyo nombre desconocemos, que vive en una casa marcada por el conflicto entre sus padres. George, su hermano pequeño, parece no ser consciente de la dimensión de sus problemas domésticos. Pero al protagonista del cuento, un muchacho onanista y con una necesidad apremiante de escapismo, le afectan profundamente.
El cuento comienza de buena mañana, con una discusión entre los padres de los dos chicos. Esta tiene el héroe del cuento un efecto físico, al que le duele la barriga. Ante esto, su madre le permite quedarse en casa en lugar de ir al colegio, mientras el resto de la familia permanece afuera.
Una vez solo, el chico se dedica a leer, ver la tele, y abandonarse a sus fantasías masturbatorias. Cuando se aburre, decide hacerse un par de sándwiches de atún, cogerse unas galletas con mantequilla de cacahuete, e irse a pescar a un río cercano. Ahí se encuentra con otro muchacho de su edad, con el que tendrá que repartirse un curioso botín: una trucha verde, bastante rara en el lugar, y un segundo pez extrañamente alargado.
Nadie decía nada sigue la tradición de los relatos de Carver, en la que nada es lo que parece, y todo está cargado de un profundo simbolismo. La historia habla acerca del conflicto humano, el procesamiento del dolor, y la forma en que cada uno interpretamos y valoramos las cosas.
Nadie decía nada es uno de los títulos incluidos en el libro ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?, publicado en la Colección Compactos de Anagrama, en 1997.
Cuentos para el verano 5: El patio de la calle 80, zona oeste (1971)
Carson McCullers es otro de nuestros fetiches en Las Furias. No en vano, ya hablamos de su excelente novela El corazón es un cazador solitario. El patio de la calle 80, zona oeste, es uno de sus relatos de juventud, escrito en la segunda mitad de los años 30. Sin embargo, no fue publicado hasta décadas después, de forma póstuma.
De clara inspiración autobiográfica, el cuento retrata a una joven estudiante que acaba de instalarse en un pequeño piso en Nueva York. La casa da a un estrecho patio interior, que en invierno es todo oscuridad interrumpida por gruesos copos de nieve, como la imagen distorsionada de un viejo televisor.
En primavera, sin embargo, la joven comienza a asomarse y a reparar en las tres ventanas más próximas a la suya. A través de ellas, se va componiendo un puzle meticuloso de las vidas de sus vecinos: una pareja joven de recién casados, una violonchelista, y un chico pelirrojo.
Observando los objetos que van dejando sobre sus respectivos alféizares, su comportamiento en breves momentos, inmortalizados como cuadros de Hopper, la protagonista y narradora del cuento se hace una idea de sus alegrías y sus cuitas, sintiéndose próxima a ellos pese a no haber cruzado ni una sola palabra.
Este sentimiento se hace especialmente intenso con el muchacho pelirrojo, el cual aprovecha la llegada de la primavera para poner unas plantas en su alféizar. La narradora se asombra de su meticulosidad a la hora de cuidarlas, así como de su aire reservado y su aparente armonía con todo lo que sucede a su alrededor.
El patio de la calle 80, zona oeste es un relato humano, inmensamente tierno, aun sin proponérselo. Entre sus páginas transcurre un momento en la vida aparentemente insignificante, pero de esos que nos cambian.
El cuento puede leerse en El aliento del cielo, la estupenda recopilación de textos breves de McCullers realizada en 2007 por Seix Barral.
Foto de portada: Portada de El aliento del cielo.