‘Miss Lonelyhearts’, de Nathanael West: Cuidando corazones solitarios
Nathanael West viene a enseñarnos con Miss Lonelyhearts la otra cara del sueño americano, frente a lo brillante y fabuloso que nos traería Fitzgerald con sus historias. Ese Gastby moviéndose por los mundos pomposos, de ensueño, delicados, solemnes. Con una historia situada en el periodo de mayor decadencia americana, el momento entre guerras, que también arrastraba las consecuencias del crack de 29. Dibuja con bastante precisión y a veces mofa, una realidad asfixiante.
Tanto West como Fitzgerald fueron autores cuya etapa de producción literaria se sitúa en la misma época. Sin embargo, el foco estaba puesto en aspectos muy diferentes, en mundos muy diferentes. Las dos caras de la moneda, el oro y la miseria. Pero West, incluso a pesar de haber llevado algunas de sus historias también al cine, nunca ha sido tan conocido, al menos no fuera de Estados Unidos, como Fitzgerald.
En apenas 39 años, porque tuvo una muerte temprana, escribió cuatro obras que fueron más que suficiente para afianzar su carrera literaria y mostrar que tipo de escritor era. Miss Lonelyhearts es su segunda novela. Una historia breve, pero efectiva, contundente, afiladísima y que es una buena muestra de la peculiar voz literaria de West. Como una risa-mordisco, como si se estuviera riendo mientras te cuenta las tragedias, que no dejan de ser un mal chiste.
Miss Lonelyhearts y una historia graciosa
La historia nos cuenta un poco la vida de un tipo medianamente miserable, que sobrevive como puede, trabajando en una columna del periódico. Se dedica exactamente a responder cartas, cartas que son miserias y miserias y miserias. A veces tan desgraciadas que llegan a lo inverosímil y lo ridículo, pero sin dejar el tono oscuro y serio a un lado. Es decir, cartas a Miss Lonelyhearts, que al fin y al cabo, es un tipo que malvive. Que se hace pasar por una mujer que soluciona dramas ajenos. El chiste ya está servido.
Pero más allá de esto, poco a poco nos vamos a ir adentrando en la vida de Miss Lonenlyhearts, cuyo nombre nunca aparece. Como si se hubiera mimetizado hasta tal punto con la función que cumple en la columna que su identidad queda un poco, aparentemente, diluida en eso, se deja arrastrar por eso y domina todos los aspectos de su vida.
Miss Lonelyhearts, quiera o no, se ve afectado por la función que cumple en el periódico. Una función, por otra parte, totalmente menospreciada y, de nuevo, como la historia en general, convertida en un chiste. Strike, el jefe de periódico, continuamente se burla su columna pero, a la vez, la necesita para atraer lectores. Pero atención, advierte a Miss Lonelyhearts de que no puede recomendar el suicidio, como ya ha hecho en otra ocasión, por la porque se trata de aumentar lectores, no disminuirlos.
La cosa es que no sé que acaba resultando más ridículo bordeando lo esperpéntico casi, si Miss Lonelyhearts recomendando el suicidio, cosa que en realidad esconde un drama mayor, o Strike preocupándose por la reducción de lectores.
Y este es el tono, el drama detrás de una broma que te hace gracia, porque hace gracia. No llega a ser un humor tan oscuro que acaba cayendo en lo pesado, sino que precisamente la risa viene de su agilidad, de quitar peso para hablar o dejar caer de fondo las grandes tragedias.
Miss Lonelyheart y una realidad fragmentada
Así, de un modo fragmentado, cada capítulo es una especie de escena individual. Podrían funcionar perfectamente como relatos individuales, pero en este contexto literario, se cargan de una potencia simbólica aún mayor, y también cómica. Acaban conformando un todo y dibujan una imagen muy concreta de Miss Lonelyhearts, esa señorita corazones solitarios.
Recuerda en cierta forma también al mecanismo de las novelas picarescas, con una continuidad, pero a la vez con escenas y cuadros de las diferentes caras del individuo en cuestión. A la vez, los títulos casi parecen de cuentos infantiles: Miss Lonelyhearts y el cordero, Miss Lonelyhearts y lisiado o Miss Lonelyhearts va a una fiesta.
Esta estructura y el tono ligero y gracioso facilita la lectura, que, de repente, sin esperarlo, se encuentra con situaciones que están ahí latentes, con lo descarnado que, en realidad, está en todas partes entremezclado con la broma. Una estructura y un tono que, a la vez, convierten la tragedia en chiste. Y de ahí surge el drama real.
Esa facilidad en la lectura también viene de la ligereza. Es decir, no es una novela pesada porque se adentra con muchísima facilidad den el corazón del asunto, nunca mejor dicho, y lo hace con todas esas múltiples historias, facetas, más que de una realidad, de un individuo en concreto y como percibe esta realidad.
Así se construye también la mirada de Miss Lonelyhearts, a trozos, por partes. De todas las miserias que le llegan y que son vistas desde una sensibilidad quizá poco común, quizá exagerada para el tipo de trabajo que tiene, para el tipo de vida que lleva. Como si estuviera en continuo equilibrio, como un funambulista sobre una cuerda podrida y bombardeado con las miserias.
Miss Lonelyhearts y Cristo Cristo Cristo
A toda esta situación medio cómica se añade otro componente que en realidad aparece en toda la obra de manera recurrente y que es el drama mayor del columnista. La santificación, la creencia y devoción por Cristo y una sensibilidad que no comulga muy bien con la realidad en la que está inmerso. Un meme.
Desde el inicio se nos presenta como un lector de Dostoyevski, pero no cualquier Dostoyevski, de los Karamazov, y más en concreto aun, de Zosima, el monje que adora y venera uno de los hermanos Karamazov ejemplo perfecto de santo. ¿A qué viene todo esto? La santificación, vivir la vida según ciertas pautas, ser el beato perfecto. De manera repetida se presenta como el santo que ve, con esa veneración extraña por Cristo que contrasta totalmente con la escena en la que sucede. Véase el momento final del capítulo del cordero, abrupto, con el sacrificio macabro. O incluso la forma de presentar su propia devoción, que, volviendo a lo mismo, no deja de sonar a ridiculez.
Para él Cristo era la más natural de las excitaciones. Clavando sus ojos sobre la imagen que colgaba de la pared, empezó a canturrear: «Cristo, Cristo, Jesucristo, Cristo, Cristo, Jesucristo». Pero en el momento en que la serpiente empezó a desovillarse en su cerebro, se asustó y cerró los ojos.
Miss Lonelyhearts.
El camino hacia la experiencia religiosa en una realidad que lo perturba. Ahí encontramos a Miss Lonelyhearts que, para colmo, en contraste con esa creencia suya, acaba siendo una marioneta al servicio de la realidad desagradable, miserable, un fantoche con intenciones de no serlo y una sensibilidad que lo trastoca. Recordemos que miserias, miserias, y más miserias. Cartas y cartas y más cartas.
Miss lonelyheart y un meme solitario
Danto tumbos de un lado a otro, intentando satisfacer deseos personales, de una mala relación a otra, con engaños, malas intenciones y el uniforme de Miss Lonelyhearts puesto permanentemente. Parece que no puede escapar de la tragedia anunciada y que, en definitiva, el corazón más solitario de la historia acaba siendo el suyo. Pero precisamente por esa intensidad mística, que no deja de recordar salvando las distancias, a la manera intensa en la que el personaje de John Fante presenta sus adoradas ideas y pasiones, todo se reviste de un tono burlón que acentúa la tragedia.
Es verdad que muchas de las cosas que cuenta son turbias, pero aun así, en ocasiones, no dejan de hacer gracia. Se mueve en esa frontera entre el chiste y la tragedia, en una realidad llenita de perdedores y de frustración.
Miss Lonelyhearts acaba siendo totalmente ridiculizado, y poco a poco vamos viéndolo en los sucesivos capítulos. Se está construyendo un meme, su dramatismo llega al absurdo. Desde los títulos de episodios, los diálogos, las bromas directas que aparecen, su efervescente devoción religiosa, todo contribuye a formar una gran broma, aunque sea una broma un poco oscura. Como aquel que para hacerse el inteligente cae en la tontuna de decir Bilbado en lugar de Bilbao pensando que esta última es un fallo. Eso es. El corrector ridículo. El beato ridículo.
Pocas páginas para todo, pero a pesar de la brevedad, consigue un impacto considerable. Quizá sea precisamente por eso. Brevedad intensa, intensamente ridícula muchas veces. Y, también a pesar de la tragedia, o justamente por eso, no deja de ser divertida. En ocasiones. Realismo, imaginación, exacerbación religiosa y, parece ser, risas.