Georges Perec: retrato de vida y obra de un jugador incansable
Georges Perec fue un escritor del siglo XX que produjo libros únicos. Todos ellos fueron diferentes, en contenido y modo. Se distinguen entre estos Un hombre que duerme, El secuestro o Je me souviens. Fue conocido por entretenerse con los términos, perteneciendo como miembro de OuLiPo, compinche de otros escritores de renombre y siendo un fuerte modelo y ejemplo entre sus socios de ese tiempo.
¿Crees que hay algo raro en las líneas que acabas de leer? Te lo confirmo: lo hay. Te invito a que lo releas hasta que des con aquello que falta o sobra y hace que el texto sea poco natural, que no fluya, que sea artificioso. ¿Ya? ¿Lo descubriste? Eso es, en las líneas del anterior párrafo no hay ni una “a”. Se trata de un lipograma, o lo que es lo mismo, escribir un texto privándote de una letra.
Perec es la persona que ha escrito el lipograma más complejo y largo del mundo, lo hizo en su obra La disparition (El secuestro, en español) y se le dio tan bien que un crítico ni siquiera percibió que en esas casi 300 páginas no había ni una sola “e”.
No adelantemos acontecimientos, hablar de Perec es hablar de todo un universo fascinante que comienza, como el de todos, en la infancia.
Hijo huérfano de la Segunda Guerra Mundial
Georges nació en marzo de 1936, de familia polaca, sus padres habían emigrado a Francia en los años 20. Fue hijo único y pronto se quedó solo. Su padre falleció luchando contra la ocupación nazi días antes de la rendición de Francia. Su madre entonces mandó al pequeño Perec con su cuñada y su marido. Se quedaría con ellos como hijo adoptivo. Ella fue apresada por las autoridades hitlerianas y enviada a Auschwitz, donde en 1943 se le perdió la pista, aunque parece claro que pereció en una cámara de gas.
Toda la familia había adaptado su apellido de Peretz a Perec, dándose así más aires de bretones que de judíos polacos. El niño huérfano no supo de sus verdaderas raíces hasta que ya tuvo algo de consciencia de sí mismo; creyó en sus primeros años de vida que toda su familia fue siempre francesa.
Ya siendo joven adulto, el autor estudió sociología en la Sorbona y comenzó a colaborar con revistas literarias en las que publicaba críticas. Su carrera se vio brevemente interrumpida por el servicio militar, pero ni eso impidió que escribiera artículos para diferentes medios.
En 1960, con unos 25 años, se casó con Paulette Petras. Pasaron juntos un año en la ciudad tunecina de Sfax, donde ella había sido contratada como profesora.
Tiempo después, ya asentado el matrimonio en París, Perec comenzó a trabajar en el Centro Nacional para la Investigación Científica de Francia, como bibliotecario y documentalista.
Las cosas o encontrar la felicidad en la riqueza
Georges ya había hecho intentos de escribir una novela, escribió varias de hecho, pero ninguna vio la luz. Habían sido como ensayos, experimentos o ejercicios que desde luego le ayudaron a progresar y a que surgiera su primera obra.
Las cosas, publicada en 1965, se hizo con el prestigioso premio Renaudot. La historia, de no mucho más de 130 páginas, se basaba en su propia experiencia con Paulettey en ese año que ambos habían pasado en Sfax.
Sylvie y Jérôme son dos jóvenes de menos de 30 que trabajan en París como encuestadores. Viven en una pequeña, pequeñísima casa, cerca de la mezquita de la ciudad, en la calle de Quatrefagues. Sueñan con progresar, con tener una casa más grande, alfombras de verdadera calidad, jarrones carísimos, ceniceros de las cerámicas más puras y trabajadas, sofás, muebles y todo tipo de cosas. Les fascina la riqueza, les obnubila el lujo. Al tiempo, se consideran almas libres, no quieren atarse a un trabajo fijo. Les basta con un poco de dinero de vez en cuando, aunque luego no les baste.
“Les habría gustado ser ricos. Creían que habrían sabido serlo. Habrían sabido vestir, mirar, sonreír como la gente rica. Habrían tenido el tacto, la discreción necesarios. Quizá habrían olvidado su riqueza, habrían sabido no exhibirla. No se habrían vanagloriado de ella. La habrían respirado. Sus placeres habrían sido intensos. Les habría gustado andar, vagar, elegir, apreciar. Les habría gustado vivir. Su vida habría sido un arte de vivir”.
Sus amigos acaban por decepcionarlos, pues caen en la trampa del capital, progresan, se aburguesan más aún de lo que ya estaban. Por eso ellos deciden irse a Sfax, a buscar una vida mejor. Resulta, sin embargo, que la vida allí no se diferencia tanto de la de París y que encima tienen el hándicap de la nostalgia. Finalmente regresan y caen en la misma “trampa” que sus amigos.
Lo impresionante de esta obra es que en tan solo unas pocas páginas se dibuja con increíble precisión una historia que es universal. Paradójico resulta que la novela lleve por subtítulo: una historia de los años sesenta, pues sería aplicable casi frase por frase a la actualidad. En esencia es una crítica a la sociedad de consumo, a cómo los aparatos del capitalismo nos convencen para comprar sin sentido. También es autocrítica, pues en gran medida está basada en la vida de Perec en ese entonces y en sus anhelos.
La guinda sobre el pastel, como no puede ser de otro modo, es la forma en la que el escritor nos cuenta esto. Haciendo un uso magistral de los tiempos verbales, Georges nos narra cómo el tiempo va matando poco a poco las ilusiones, las esperanzas, los planes iniciales y a los propios protagonistas.
De Un hombre que duerme a OuLiPo
Dos años después de publicar Las cosas, Perec ya iría hilando una obra con otra hasta el final, salió a la luz Un hombre que duerme. Novela también corta y ya algo más peculiar. Lo primero que llama la atención es la persona en la que está narrada, la segunda del singular. De ese modo, el autor se dirige de forma directa al lector, introduciéndole en el relato de lleno.
El protagonista de Un hombre que duerme no tiene nombre, es un joven anónimo, lo que refuerza la idea anterior: podría ser cualquiera de nosotros, lectores. Un día, este adulto temprano, debe madrugar para hacer sus exámenes finales y terminar sus estudios. No obstante, cuando llega el momento de levantarse decide no hacerlo.
Así, va cayendo en una espiral de indiferencia. Comienza a no hacer ciertos gestos. Si va a un café no dice hola, adiós, por favor o gracias, si come lo hace solo por alimentarse, si se viste no quiere expresar nada con su ropaje. Por supuesto, se aleja de todos sus conocidos, pues no podría permanecer impasible a sus iguales si no. Lo reduce todo, se abre camino por entre la neutralidad. Quiere desligarse del mundo de un modo total, de forma que nada le afecte o le toque. Pero ay pobre de él, que al final el mundo va a buscarlo y le muestra la verdad ineluctable.
“Lees, estás vestido, comes, duermes, caminas, que sean acciones, gestos, pero no pruebas, no monedas de cambio: tu ropa, tus alimentos, tus lecturas ya no hablarán en tu lugar, ya no tendrás que hacerte el listo a través de ellos. Ya no les confiarás más la agotadora, la imposible, la mortal tarea de representarte”.
Un hombre que duerme tiene una fuerza impresionante. Perec se reafirma como un genio de las letras y sus parrafadas causan desasosiego, sorpresa, ternura, pero sobre todo rezuman inteligencia. Si con Las cosas el joven treintañero hacía una entrada tímida en el mundo literario francés, con Un hombre que duerme pega una fuerte patada a la puerta y entra sin remilgos.
Tanto fue así que el escritor llamó la atención de la Ouvroir de Littérature Potentielle (OuLiPo). Este grupo de intelectuales fue creado en 1960 por el matemático François le Lionnais y el escritor Raymond Queneau. El principal objetivo de OuLiPo es imponer preceptos matemáticos a la escritura, de manera que se potencie su contenido. El principio fundamental es el de la restricción. Para ellos las limitaciones autoimpuestas conseguirán desarrollar la obra de una forma mucho más imaginativa y original, y hasta más pura si se quiere.
Un miembro de OuLiPo no puede dejar de pertenecer a ella ni después de muerto. No puede renunciar ni se le puede echar. La única forma de salir de este club con ínfulas de secta secreta es suicidarse en una reunión delante del resto de miembros.
Con perdón de los grandes nombres de Queneau, de Italo Calvino y de Marcel Duchamp, que pertenecieron a esta hermandad de artistas experimentales, fue Georges Perec el que llevó la OuLiPo al siguiente nivel. En 1967 entró a formar parte y se ha erigido en la actualidad como uno de sus mayores representantes. A su vez, esta sociedad en miniatura le dio el empujón definitivo para hacer sus obras más carismáticas y aclamadas por crítica y lectores.
La disparition: el lipograma más largo del mundo
Volvemos al principio de este artículo que querría humildemente abarcar todas las aristas de Perec, pero que, por desgracia, no va a poder.
OuLiPo disparó a Perec, él que decía que no tenía imaginación, encontró inspiración en estas restricciones. De este modo, comenzó a experimentar con el lenguaje. Escribió un palíndromo de casi 1.300 palabras, colaboró con ciertos periódicos y revistas creando crucigramas, jugó y jugó con las letras hasta que surgió La disparition (la desaparición).
Un crítico que la leyó percibió que el vocabulario era artificioso, algo impostado, se quejó de que pese a sus tintes policíacos, la historia no revelaba al final una solución: por qué desaparecían los protagonistas. De lo que no se dio cuenta este crítico fue de que no había ni una maldita “e” en todo el texto. ¿Cómo de compacto, de estructurado, de magistral, debe ser un escrito para que una persona ajena, con mirada límpida, no perciba que falta la letra más importante de su lengua? Como señala Javier Peña en su capítulo del podcast Grandes Infelices dedicado a Perec: “Nunca una mala crítica fue tanta victoria para un escritor”.
Eliminando la “e”, Perec estaba eliminando el 80% del léxico del francés. Decía el descendiente polaco que no tenía imaginación, que esta se disparaba gracias precisamente a la restricción. Sin embargo, en La disparition, consiguió crear algo impresionante para todo aquel que lo lea o se aproxime a la historia de su invención. La desaparición que hay en el libro no es propiamente la de los personajes, sino la de la “e”. El lector debe descubrir al autor, él es el que ha hecho desaparecer la “e” y ese es el misterio que quien sostiene este libro entre sus manos debe resolver: darse cuenta del engaño, de que le han secuestrado una letra.
“Tonio Vocel no concilió el sueño. Encendió el fluorescente. Miró el reloj: cinco y quince. Suspiró hondo, se sentó en el lecho, se reclinó sobre el cojín. Cogió un libro, lo hojeó y lo leyó; pero solo pudo ver un lío enorme; los términos confusos le impidieron seguir el hilo.
Puso el libro sobre el edredón. En el minúsculo servicio, dejó correr el grifo y se humedeció el rostro, el cuello y los hombros.
Se le precipitó el pulso. Sofoco y sudor. Descerró el ojo de buey y escrutó el cielo nocturno. Dulce noche. Del suburbio le llegó un rumor indistinto. El bronce repicó tres veces, fúnebre como un doble, sordo como un gong, profundo como un pelde. En el puerto, el ronquido del motor de un bote”.
Como se puede deducir, traducir esta obra no es tarea fácil. En inglés se le quitó también la “e” y se la tituló A void, en ruso le desapareció la “o” y en español, se le privó de la “a”. Casi 10 años se tardó en dar con el texto definitivo de El secuestro. Al inicio del libro, escrita con tinta roja, se puede leer una nota de los traductores en la que dan su visión sobre ese mastodóntico trabajo que fue traducir La disparition de Georges Perec.
“Si en lugar de 26 letras tenemos solamente 25, vamos a tener una verdadera catástrofe que va a producirse [durante la novela], por tanto la letra que elijamos debe ser una letra importante”, contaba Perec en una entrevista en la que hablaba sobre esta obra. Y es que no es lo mismo hacer un lipograma con la “w” o la “x” o la “z” que con la “e”, la “a” o la “i”.
Escribir esta obra fue un trabajo monumental detrás del cual había una gran preparación por parte del autor. Se dedicó en los meses previos a escribir la obra a recopilar listas de palabras sin la “e”, a hacer árboles genealógicos sobre algunas familias de la historia, a montar el armazón del cuento que más tarde habría de contar.
“Creo que no tengo ninguna imaginación. El problema era más bien cómo hacer para encontrar la imaginación, para inventar”. Esta frase condensa en gran medida el espíritu de la OuLiPo, sus restricciones deben servir para inventar, para crear nuevas formas, para innovar, pero siempre con un sentido, no jugar con el lenguaje por jugar, sino que ese juego, como el de El secuestro, se convierta en la trama principal de la obra. Añadía Perec sobre el motor creativo que supuso la omisión de la “e” en este libro: “Una vez que tenemos esta restricción, el libro sale solo. Hay una especie de automatización de la escritura, de la invención”.
La vida instrucciones de uso: un puzle hecho novela
Uno de los problemas de la OuLiPo y sus restricciones es que los artistas casi nunca creaban algo muy largo. En los sesenta y setenta las grandes obras, las novelas “de verdad”, eran aquellas que superaban, a veces con mucho, las 500 páginas.
Las “obritas” de Perec a menudo no pasaban las 200. De hecho, una de las más largas, algo admirable por otra parte, es precisamente El secuestro, que roza las 300. El autor ya casi consagrado quería escribir una novela monumental, algo como La montaña mágica de Thomas Mann o el Moby Dick de Melville.
Y lo hizo. En 1978 veía la luz La vida instrucciones de uso. Una novela de alrededor de 600 páginas que más que un libro es un gigantesco cuadro. La historia transcurre en un gran inmueble de una calle inventada de París. El lector está frente a un edificio de 10×10 con la fachada desaparecida, de manera que se pueden ver en el interior los cubículos que forman las habitaciones de las casas y lo que sus inquilinos estaban haciendo dentro antes de que se detuviera el tiempo.
Porque sí, el tiempo de la obra está detenido, por lo que en su mayor parte está narrada en presente. Para escribirla Perec se autoimpuso más de 40 restricciones que por primera vez no estaban a la vista, sino ocultas. Por ejemplo, el orden de los capítulos está determinado por el movimiento del caballo en el juego del ajedrez. Siendo así, el lector va de la mano del escritor recorriendo en un zigzag bizarro la escalera y los pisos del edificio. Pero no es solo eso, además de ser un cuadro y un tablero de ajedrez, La vida instrucciones de uso, es por encima de todo, un puzle.
“De todo ello se deduce lo que sin duda constituye la verdad última del puzle: a pesar de las apariencias, no se trata de un juego solitario: cada gesto que hace el jugador de puzle ha sido hecho antes por el creador del mismo; cada pieza que coge y vuelve a coger, que examina, que acaricia, cada combinación que prueba y vuelve a probar de nuevo, cada tanteo, cada intuición cada esperanza, cada desilusión han sido decididos, calculados, estudiados por el otro”.
Resulta casi imposible hacer un resumen o una corta sinopsis de esta creación, pues es una novela dentro de muchas, una novela de novelas, con pequeñas historias cargadas de detalles minúsculos, de listas de cosas que Perec tenía que incluir en cada uno de los 99 capítulos de La vida instrucciones de uso (otra de sus restricciones).
El protagonista, el que hace que el engranaje de la historia gire y gire es Bartlebooth, personaje inspirado en el Bartleby de Herman Melville (como ya ocurriera con Un hombre que duerme, que también bebe de este cuento).
Bartlebooth es un inglés rico, indiferente al dinero que tiene, y que se inventa un objetivo de vida. Durante 10 años aprende Bartlebooth el arte de la pintura, en los 20 siguientes viaja por el mundo pintando marinas, estas son enviadas a la gran casa de la que hemos hablado donde una persona las corta y las trata para transformarlas en puzles. Bartlebooth de vuelta de sus viajes debe armar los casi 500 puzles de 750 piezas. Tras esto, las marinas reconstruidas son enviadas a un carpintero que, con mucha maña, borra las intersecciones y líneas de las piezas, dejando el cuadro como estaba al principio. Al final de esta empresa se debe volver a cada lugar donde se pintó cada acuarela y sumergir el papel en una solución que borrará el dibujo, dejando lo que se tenía antes de comenzar: una hoja en blanco.
El nombre de Perec, que había ido perdiendo empaque con el paso de los años, resurgió con fuerza cuando La vida instrucciones de uso salió a la luz. Se la considera su mejor creación y le devolvió el puesto y la categoría, bien merecida, de genio.
Uno no sabe lo que se va a encontrar cuando abre un libro de Perec: listas, sueños, recuerdos, una historia, miles de historias, juegos de palabras, lipogramas, operaciones matemáticas, palíndromos, mucha imaginación y originalidad.
El Perec de la vida cotidiana
Todo esto que suena fascinante sucedió, por supuesto, pero paralelamente a ello, al discurrir de la vida del Perec escritor, ocurría también la vida del Perec más privado.
Se separó de Paulette Petras y tuvo una relación algo tormentosa con Suzanne. Con ella y Truffaut vivió parte de la creación de El Secuestro en una casa que luego sería escenario de la película del de la Nouvelle Vague, Jules et Jim.
Terminó saliendo con Catherine Binet, una montadora de películas con la que estuvo hasta el final de sus días. Tan relevante fue su relación, que ciertas cosas de La vida instrucciones de uso tienen que ver con ella. Por ejemplo, se puede encontrar entre las páginas la fecha exacta en la que la pareja tuvo su primera cita.
Georges estuvo la mayor parte de su vida trabajando, encontrando ese difícil, a veces imposible, equilibrio entre tener un empleo que ayuda a subsistir y escribir en el tiempo libre. Trabajó en el Centro Nacional para la Investigación Científica de Francia hasta 1979, cuando decidió que ya era demasiado mayor para perder el tiempo cogiendo el metro y se dedicó completamente a su carrera de escritor.
Esto duraría, por desgracia, muy poco. El autor y la persona Perec morían ambos, de forma repentina, en marzo de 1982, a pocos días de cumplir los 46 años, de un cáncer de pulmón tardíamente diagnosticado y contra el que no había nada que hacer.
Lo que se ha perdido con su temprana muerte quedará siempre en lugar desconocido, oculto por un destino un tanto cruel y bastante irónico. Cuando por fin pudo dedicarse tan solo a escribir, apenas lo disfrutó unos pocos años. Ayuda a apreciar también el maravilloso trabajo que hizo, balanceándose como un equilibrista en una fina cuerda y nunca cayendo.
Lean, lean, lean a Perec sin duda alguna. A pesar del poco tiempo que vivió, su bibliografía es extensa, cada libro es un desafío para el lector, cada página una sorpresa, cada frase un regalo envuelto en un papel fabuloso. Leer a Perec en el contexto de la industria literaria actual resulta refrescante, reconfortante e inspirador. Atrévanse a darle la mano y jugar con él a desordenar y volver a ordenar palabras, déjense guiar por caminos sinuosos y no se asusten por los retos que plantea: merecerá la pena.