‘Entre visillos’: encerradas con Carmen Martín Gaite
Según la RAE un visillo es una “cortina pequeña que se coloca en la parte inferior de los cristales para resguardarse del sol o impedir la vista desde fuera”. Vivir, por tanto, entre visillos es aislarse en cierta medida del mundo, al tiempo que se es partícipe de él en segundo plano. Carmen Martín Gaite eligió este título, Entre visillos, para su segunda novela, con la que ganó el Premio Nadal en 1957.
En el 54 ya había obtenido el premio del Café Gijón por El balneario. Esta segunda incursión en la narrativa consolidaba a la autora en una carrera que se prometía llena de éxito y galardones, como así fue.
Carmen, nacida en Salamanca, se crio en esta capital de provincias donde la vida para muchas mujeres pasaba desapercibida. Todo giraba en torno a la idea del matrimonio. En los años 50 casarse no era solo casarse, también implicaba la independencia de la casa familiar para la mujer. La promesa de una nueva vida más acorde a sus intereses, aunque fuera solo en la teoría.
Eso es lo que la escritora narra en Entre visillos, esa vida oculta que tienen las mujeres, a la que pocos parecen prestar atención, pero que bulle en el interior como agua hirviendo, a punto de saltar fuera.
Entre visillos: Una capital de provincias aburrida
En una entrevista en 1981 con Joaquín Soler, en el programa A fondo, Carmen reconocía que la novela cuenta la vida de las mujeres casaderas en una ciudad pequeña. Mujeres que parecen haber sido criadas únicamente para ser y poder conseguir un buen partido.
El relato une las voces de varios personajes en una narración coral, aunque hay dos que destacan por encima del resto por ser notas disonantes del discurso que impera entre las páginas.
Natalia tiene 16 años, su mejor amiga Gertru se ha prometido con Ángel y se van a casar inminentemente. Tanto es así, que lleva todo el verano sin verla y que Gertru no va a hacer el último año de bachillerato. Natalia escribe todo esto en un diario que mantiene lejos de los ojos curiosos y las lenguas sueltas de su casa. La joven tiene dos hermanas, Mercedes (ya con 30 y soltera) y Julia (con 27 y ennoviada malamente con Miguel).
Para Natalia todas las amigas de sus hermanas son la misma, las conversaciones son las mismas y ella no es, ni quiere ser, partícipe de ese guirigay. Ahora Gertru parece haberse convertido en una de ellas, que solo hablan de hombres con potencial de marido, de pasearse por el casino y de comprarse algún vestido en Madrid. Natalia no lo entiende y recuerda cómo el verano pasado, ella y Gertru bajaban al río a recoger bichos.
Paralelamente, Pablo Klein llega a la ciudad por un puesto vacante de profesor de alemán en el instituto de mujeres. No sabe muy bien por qué ha dicho que sí, pero recorrer de nuevo las calles de esa villa en la que vivió con su padre, le trae recuerdos que le turban. Pablo no está casado y no tiene intención de asentarse en ningún sentido. Llega en tiempo de fiestas, semanas antes de que comiencen las clases. Aprovecha para relacionarse con las gentes del lugar, haciendo mientras tanto algunos buenos amigos como Emilio del Yerro o Rosa, la animadora del casino, que lo invita siempre a verla cantar.
Ambos sobresalen porque parecen ir en contra de los convencionalismos de la época. Natalia aún se ve muy niña para hacer todo lo que hace Gertru, a pesar de que es meses mayor que esta. Pablo es libre en el sentido más amplio de la palabra, no tiene familia, no tiene casa, va a donde quiere y como quiere.
Concentran el foco de atención y hacen notar el tedio que recorre las calles de la ciudad para personas que, como ellos, miran más allá de sus muros y no se conforman con lo socialmente aceptado.
Riqueza de las gentes
Hay más personajes en la obra, algunos muy interesantes. La propia Gertru, que al inicio está muy feliz, pero que no por ello deja de tener algunos problemas con Ángel. Que se cuestiona el dejar de estudiar en cierto punto, aunque su prometido se lo quita de la cabeza. Elvira, cuyo padre acaba de morir, y que está sepultada por el luto y tomando decisiones sin ver claramente. Emilio, que lo único que desea es que Elvira le quiera y le deje casarse con ella. Julia, la hermana de Natalia, que quiere irse a Madrid para estar con su novio y dejar de pelearse con él por carta, pero que no lo hace porque su padre es bastante duro y no le permitiría irse así como así.
Y Rosa, quizá uno de los más significativos tras Pablo y Natalia. Rosa es el canal a través del cual Martín Gaite cuenta al lector lo que pasa con una mujer que se sale de los márgenes. La animadora va de gira por pueblos, cantando y animando las fiestas. Nadie quiere estar cerca de ella, solo Pablo, que la conoce por casualidad, sale con ella a todas partes y acaba forjando una amistad. No obstante, esta mujer que va de una punta a otra del país con su música es como las demás. En un momento dado le dice a Pablo que si alguien como él le pidiera casarse, se asentaría y dejaría las fiestas para otros. En esta ciudad, sin embargo, todos ven a Rosa como una mujer de dudosa reputación y por ello se aferra a Pablo, que no parece tener ningún prejuicio al respecto.
Estos personajes secundarios enriquecen la obra de una forma colorida. Cada uno tiene una visión del mundo distinta, aunque en el fondo todos quieren lo mismo: ser comprendidos.
Carmen Martín Gaite y la sutileza
Entre visillos se divide en dos partes. En una primera Martín Gaite habla de las fiestas, de cómo se interrelacionan mujeres y hombres, de los anhelos y angustias de cada uno. Presenta la ciudad por medio de los personajes y sus dinámicas.
La segunda parte del libro está marcada por el inicio de las clases. Natalia comienza su último año de estudios antes de la universidad, a la que todavía no sabe si irá. Pablo también empieza a enseñar alemán a las alumnas del instituto, entre las que se encuentra Natalia.
Se crea entre ellos una relación platónica, sobre todo por parte de la adolescente. Pablo anima a Natalia a seguir estudiando, a hablar con su padre para que la deje irse a Madrid a hacer una carrera de ciencias naturales. Mientras pasean por las callejas de la villa o toman un café van deshilachando el futuro para verlo más claro, aunque corren el riesgo de que este se acabe enredando.
“Me he dado cuenta de una cosa: de que en casa para pasar inadvertida es mejor hacer ruido y hablar y meterse en lo que hablan todos que estar callada sin molestar a nadie”, escribe Natalia en su diario. Y es que no la dejan estudiar. Se coloca en el salón, pues comparte habitación con sus hermanas, detrás de un biombo. Las visitas frecuentes de conocidos y vecinos que ven su sombra en ese rincón de la estancia la increpan e incomodan con la mirada. Hablan de ella como si realmente no estuviera ahí y no pudiera oírlos, hasta que hastiada sale de su escondrijo y se ve obligada a participar de la conversación.
De esta manera se nos muestra el tedio, la asfixia que sufren algunos protagonistas de esta historia. Por momentos, el escrito de Martín Gaite recuerda a las obras de Jane Austen, en las que la trama gira en torno al amor y al matrimonio. La autora salmantina no es tan ingenua como la inglesa y hace ve al lector una realidad de aquellos años que hoy es testimonio de cómo era la vida en ese entonces.
Como en el resto de su creación literaria, Carmen destaca por su claridad, sus diálogos bien construidos y naturales y, por encima de todo, por su sutileza a la hora de hablar de los deseos y desesperaciones más profundos del ser humano. Entre visillos es una novela para leer y releer y deleitarse a ritmo lento con la delicada prosa de la escritora.