‘Madres, avisad a vuestras hijas’, de Bonnie Jo Campbell: una mezcla de garra, crueldad y amor
Madres, madres, madres. Avisad a vuestras hijas de que el mundo es una mierda salvaje y despiadada. Así serán las hijas. Y así serán las madres. Y sin embargo, nunca desaparecerá por completo la ternura.
De eso están llenos los cuentos de Bonnie Jo Campbell que Dirty Works recopila bajo el título de Madres, avisad a vuestras hijas. Una mezcla de garra, crueldad y amor. De gente que está enfadada, triste, encadenada a una realidad inhóspita en la que a veces se revuelven.
Bonnie Jo Campbell: de la violencia a la ternura
Los cuentos que se reúnen en la colección recogen toda esa esencia del escritor norteamericano. Inmediatamente se identifica esa sensación que recuerda Steinbeck o Flannery O‘Connor sobre todo.
Desde el principio ya empieza fuerte. En apenas una página y poco, con Despeinadas, condensa de un plumazo todas esas ideas que van aparecer diseminadas por sus historias. Lo instintivo, lo salvaje, lo que nadie ve o quiere ver. Para tener una idea general, entre los personajes que pueblan los relatos, se encuentran hermanas traicionadas, madres destruidas, afectadas por engaños, violencia, abuso, crueldad.
La violencia está latente en cada historia, de una manera apasionada e instintiva también, pero se mezcla con la ternura, lo delicado, la inocencia que de alguna manera quiere salvarse, irse lejos de ese lugar a pesar de que parece que, justamente, solo resiste porque está en ese lugar.
Los personajes se mueven también por esos ambientes rurales muy a lo Flannery O’Connor, pintorescos de alguna forma, donde la agresividad está a la orden del día. Sin embargo, son lugares muchos más comunes ya que quizá, por el tipo de historia que presenta, acaban siendo identificables al momento.
Además, parece que hay una ira revulsiva mucho más pasional por detrás, como un animal enjaulado que se revuelve contra la realidad que le ha tocado aunque al final no le quede otra más que joderse.
Quiero decir, no son solo historias a modo de escaparate para enseñar con tristeza melancólica la violencia, sino que junto a esa violencia que somete hay una respuesta, como una forma de mirar esa realidad muy agresiva, un enfado permanente, infinito, que puede que venga, al final, de la impotencia ante ciertas situaciones.
Lo que no se ve
Así que niñas salvajes, las madres sometidas, las abandonadas, las esclavizadas a la realidad como si te dijeran oye tú, a que no te habías fijado en esto, a que no lo habías visto antes. Incluso en la situación más anecdótica se mete en los recovecos de la realidad donde el mundo no siempre mira. Y esa es la clave.
Eso es exactamente lo que hace, señalar aquello que incomoda, aquello sobre lo que tantas veces se hace la vista gorda y que acaba pasando completamente desapercibido, todo encuadrado dentro de la más pura cotidianidad. ¿Cómo algo tan cotidiano puede acabar siendo tan destructivo? Como el abuso que permiten quienes más te protegen. No hay ni un solo lugar salvable, la intemperie es infinita.
Y obviamente, con esto también nos cuenta la oscuridad de los vínculos entre los personajes, los hermanos, madres e hijas, parejas. Relaciones complejas, se mete de lleno en lo más podrido pero también en el lugar donde más se agarra la esperanza y la inocencia. De ahí que al final nos encontremos con mujeres consumidas pero en las que aún quedan restos del impulso primero de la vida y con esos restos les basta para golpear de nuevo, para mantenerse.
En fin, puede que para muchos sea un mundo muy lejano y que se asocie con lo exótico de la violencia rural, pero no se puede negar que se mete, con la misma agresividad que se ven en sus cuentos, en el centro mismo de una realidad salvaje, que ha heredado comportamientos brutales y que, por más que una se revuelva contra ella, parece que va a tardar mucho en desmoronarse.
Casi lo que viene a plantear Bonnie Jo Campell es ese eterno enfrentamiento entre la barbarie vs la civilización, la barbarie vs el individuo que sobrevive asimilando esa barbarie, la realidad comiéndose poco a poco todo lo que sus personajes quieren salvar.
Sin embargo no es un mundo despojado del amor, ni de inocencia o ternura, pero todo está tan contaminado, que por más pasión que se ponga en el acto por salvarse uno mismo, viene a ser casi un milagro conseguirlo. No se puede ser fuera del mundo salvaje que impera, no se puede ser dentro más que lo que nos permiten ser. Así el animal salvaje golpea con la misma violencia que recibe del lugar que lo encierra.
Un mundo en llamas
¿La América profunda? Puede ser, pero qué cerca nos queda y cuánto se nos parece lo lejano cuando se trata de violencia.
En la contraportada de la edición de Dirty Works una de las citas subrayaba lo siguiente “conozco muy bien a esas mujeres. Son mis primas, mis sobrinas, mis vecinas. Algunas soy yo…” Sí. Están por todas partes.
Es curioso que a pesar de toda la tragedia que puede respirarse, la sensación que deja no es la tristeza, ni mucho menos.
Y justo por eso, volviendo de nuevo a la cita de la contraportada, es cierto que, a pesar de ser historias a veces terribles, “hace que me sienta invariablemente fortalecida”. Como si alentara al animal salvaje que sigue encerrado.
La rabia y la ferocidad conviven y superan a la ternura. Está lleno de salvajes. Puede que haya tristeza, frustración, desesperación. Puede que vivan en una frontera, manteniendo un delicado equilibrio que apenas se sostiene entre la violencia y el acto mínimo más tierno. Pero la rabia arremete como una bestia. El animal se golpea de nuevo contra los barrotes de la celda. Madres, avisad a vuestras hijas, de que el mundo está en llamas.