‘Las niñas de cristal’: la danza tenía un precio
Hace unos días Netflix estrenaba la nueva película de Jota Linares, Las niñas de cristal. La cinta, protagonizada por María Pedraza y Paula Losada, es la apuesta más arriesgada de un director que desde sus primeros cortometrajes, nunca se caracterizó por transitar lugares comunes y zonas de confort. Linares nos cuenta de una forma bellísima una dramática historia sobre el siempre secreto mundo de la danza clásica.
Las niñas de cristal nos puede recordar, por lo obvio, a la prestigiosa cinta de Aronofsky protagonizada por Natalie Portman, Cisne negro. Ambas son dramas psicológicos y versan sobre la danza clásica. Pero el punto de vista del director y los personajes de sus historias son muy diferentes. Lo que sí que podríamos decir, es que una puede complementar a la otra si lo que queremos es disfrutar de una sesión de cine sobre los pormenores de la danza; sobre la fortaleza de nuestro cuerpo y sobre la fragilidad de la mente humana.
Por que si algo queda claro mirando ambas películas, es que el entrenamiento descarnado y la memoria corporal es mucho más resistente y eficaz que nuestra mente cuando la abrazamos al dolor, a la exigencia sin límites y a la manipulación. Algo muy interesante teniendo en cuenta que una no funciona sin la otra.
Las niñas de cristal, una historia de mujeres
La película nos cuenta la historia de Irene (María Pedraza), una joven pesimista y con trastorno alimenticio que se siente sola e incomprendida por su familia. Irene se sorprende al ser elegida como la primera bailarina de la compañía de danza a la que pertenece.
El espectáculo que protagonizará será Giselle, una de las obras maestras del ballet clásico. Interpretará a Giselle, el personaje que da nombre a la obra, una mujer que enloquece al sentirse traicionada por el hombre al que ha ofrecido su amor.
Ese papel le llega porque la bailarina que lo iba a interpretar decidió quitarse la vida. Por ese motivo, sus compañeras no ven con buenos ojos que sea ella y no Ruth (Olivia Baglivi), excelente bailarina y ex pareja de la fallecida, la que se encargue de dar vida a Giselle.
Por suerte, en la compañía conoce a Aurora (Paula Losada), una nueva bailarina a la que le cuesta socializar con sus compañeras por su extrema timidez y por una mancha en el rostro que la acompleja y que siempre intenta ocultar con su larga cabellera.
Ambas se harán muy buenas amigas. Se ayudarán, se comprenderán, compartirán un terrible secreto y crearán un mundo en el que no se tendrán que separar ni dejar de bailar jamás.
Las madres de Las niñas de cristal
Las bailarinas nos son las únicas mujeres que destacan en la película. Un lugar muy importante de la historia es para las madres.
Ana Wagener interpreta a la madre de Irene, una reconocida abogada que no sabe cómo conseguir que su hija se abra más a ella. Cuando está con su familia se evidencian sus carencias. Le faltan las herramientas necesarias para conseguir que su hija confíe en ella y para hacer entender a su marido que debería comprender mejor a su hija. Esto último también se lo debería aplicar a ella misma.
Marta Hazas interpreta a la madre de Aurora. Bailarina frustrada y madre soltera que vive los triunfos de su hija en vez de buscar los suyos propios. Algo que hace a pesar de que su obsesión dañe a Aurora tanto por dentro como por fuera. Tremenda la escena en la que Hazas intenta curar la herida de la pierna de su hija.
Mona Martínez no tiene hijas, pero como su personaje dice, sus bailarinas son sus hijas. Ella interpreta, de la forma magistral a la que nos tiene acostumbrados, a la exigente directora del Ballet Clásico Nacional. Su personaje es una mujer sin dobleces. No se corta en afirmar que su deber es manipular a sus bailarinas para conseguir que surja el arte.
En algunos momentos, la interpretación de Marta Hazas es excesiva y roza la sobreactuación, en cambio, Mona Martínez y Ana Wagener comparten una escena que en manos de unas actrices como ellas se convierte en toda una joya interpretativa. Una escena que nos recuerda el cara a cara de Robert De Niro y Al Pacino en Heat. Ambas mueven los hilos de sus emociones con precisión quirúrgica. Qué gusto poder ver a actrices interpretando personajes tan sólidos e interesantes como los que solían ser solo para actores.
El baile de Jota Linares
Desde el comienzo de Las niñas de cristal, que arranca con una escena de baile en una azotea de Nueva York, Linares nos deja claro que vamos a ver una obra de una belleza de primer nivel. Pero si aún nos quedaban dudas, poco después veremos una escena con Irene en el metro (cuando recibe la noticia de que interpretará a Giselle) que nos las despejará.
Su forma de mover la cámara es personal y muy precisa. Todo un placer que abandone el sota, caballo y rey de lo convencional del cine actual. Ese en el que se va tan deprisa que parece que no se permita ni pensar donde colocar la cámara. Muy bellas las escenas de danza con esos virtuosos tiros de cámara sin cortes. Sí es cierto que las imágenes con croma podrían estar mejor resueltas, pero la belleza y el trabajo de las bailarinas lo contrarresta a la perfección.
Para un servidor, las vídeo danzas de Guillem Morales están en el pódium nacional de ese tipo de creaciones audiovisuales, pero viendo Las niñas de cristal, me ha hecho recordarlas y eso no está nada mal.
El guion que ha escrito junto a Jorge Naranjo está muy bien construido. Esconde algunos giros de guion inesperados y sus personajes son de carne y hueso. La historia es interesante y madura. Se aleja de infantilismos y del culebrón para contarnos una dolorosa historia sobre el precio del sacrificio. Sobre si es necesario sufrir para conseguir los sueños.
La música de Iván Palomares es otra de las protagonistas de la película. De una forma sutil te acompaña durante toda la historia hasta que, sin saber cómo, te sorprendes buscándola cuando no está. Palomares ha compuesto su mejor obra. Utilizando sonidos que nos recuerdan al cristal del título de la película, la emotividad de sus cuerdas nos hacen comprender aún más, si cabe, a sus protagonistas.
La difícil unión del feminismo y la danza
Desde una perspectiva de género, Las niñas de cristal da una visión muy interesante. El mundo de la danza, aunque haya cambiado mucho hoy en día, siempre fue muy machista. Un mundo de arribismo, celos y competencias. Un mundo en el que a la mujer se le exigían auténticas torturas en nombre del arte. En el que los cuerpos no normativos no tienen lugar. Se agradece ver la sororidad de la que hacen gala los personajes de las geniales María Pedraza y Paula Losada.
Tanto, como el cambio (o descubrimiento final) del personaje queer de Olivia Baglivi.
Que dos mujeres tan fuertes como las interpretadas por Mona Martínez y Ana Wagener dejen ver sus vulnerabilidades después de su enfrentamiento, también es todo un acierto. Demuestra que una mujer puede ser fuerte, débil y de cualquier forma. Rompe ese nuevo tópico de que ahora todas las mujeres deben ser fuertes.
Sin duda, Las niñas de cristal es una película muy especial que puede polarizar la opinión del público. Una película con más de una Giselle. Una obra de una fotografía exquisita, con algunas interpretaciones, especialmente la del debut en el cine de la bailarina Paula Losada, la de Mona Martínez y la de María Pedraza, a tener muy en cuenta para cualquier entrega de premios de interpretación. Una historia valiente, adulta y repleta de momentos estéticos, con uno de los finales más atrevidos de los últimos años.
¡Saludos furiosos!