La risa fantástica de Ray Bradbury
Cierto es que Ray Bradbury es principalmente conocido por sus obras de ciencia ficción y sus relatos cortos, como Fahrenheit 451 o Crónicas marcianas. Pero detrás de Bradbury hay mucho más que eso. La feria de las tinieblas siempre ha ocupado un segundo lugar; mucho menos conocida y lejos de la ciencia ficción del autor, se acaba perdiendo y desapareciendo entre el resto de obras. Sin embargo, no son pocas las voces que manifiestan que puede que sea la mejor obra de Bradbury.
Stephen King no solo lo identificaría como uno de sus libros favoritos, sino que lo describió como “un oscuro poema fantástico” al que dedicó toda una parte dentro de Danza Macabra.
La feria de las tinieblas se aleja de la clásica ciencia ficción que había trabajado Bradbury, y por la que obtuvo, con mucho esfuerzo, su bien merecido reconocimiento, para meterse de lleno en el terror. Y no es por desmerecer al resto de sus historias, ni mucho menos, pero puede que Stephen King tuviera razón y el lugar donde la capacidad literaria de Bradbury brilla con más intensidad sea esta oscura feria.
La ambientación absorbente, deseos humanos insatisfechos, monstruos que arrastran culpas y un manejo asombroso del lenguaje, se combinan para construir esta monstruosa feria ambulante que lidera Mr. Dark.
La historia se plantea como un terrorífico cuento infantil. Sin embargo, cuando uno empieza a adentrarse en la trama, se da cuenta de que es mucho más retorcido de lo que podría parecer en un principio. Cargado con un simbolismo apabullante y dobles sentidos, como lo fuera en su momento Alicia en el país de las maravillas o el Mago de Oz, da lugar a múltiples lecturas. Y como tal, tiene una de las peculiaridades que mejor muestra el buen manejo de la pluma de un autor: consigue atrapar tanto a lo más jóvenes como a los adultos.
Hacia el corazón de la Feria
Hay un arduo trabajo escondido tras la creación de la Feria. Bradbury empezaría a gestarla allá por el 45, como mostraban las declaraciones del propio autor. Los personajes ya pululaban por su mente desde mucho antes de plantearlos dentro de esta historia. Años y años en la sombra, novelas de por medio que se hicieron conocidas y acabaron dándole a Bradbury el reconocimiento que mereciera, hasta que por fin en el 62 salió a la luz.
La novela recibió todo tipo de críticas, quizá, por la imagen que ya tenía Bradbury como escritor, no era el tipo de historia que se esperaba. El oscuro cuento que había construido poco tenía que ver con las obras de ciencia ficción previas y, sin embargo, había estado ahí, latente, en todo su recorrido como escritor, como una pesadilla no resuelta.
Un recorrido que repasa pormenorizadamente la edición de la editorial Schuster. Y, después de veinte años casi, desde las primeras noticias de la existencia de esta idea rodando por la cabeza de Bradbury, llegaba por fin la Feria de las tinieblas. Oscuridad, misterio, miedo, muerte y, sobre todo, vida.
Algo malo viene por ahí
La bruja de Macbeth es la que da título a esta fábula oscura, y aunque poco o nada tienen que ver en cuanto a historia, sí que consigue señalar con bastante certeza lo que está ocurriendo. By the pricking of my thumbs, something wicked this way comes diría la segunda bruja de a modo de premonición. Premonición que también parece lanzar Bradbury desde el título para advertirnos de que algo malo, algo terrible, está por llegar. Y con la feria de Mr. Dark, el hombre ilustrado que la dirige y que aparecerá en otras historias, ese algo terrible llega.
La misteriosa feria, que ya trae un hedor bastante oscuro, lejos de ser el sueño de un niño, se acaba revelando como un nido de monstruos y peligros. Y, sin embargo, las atracciones funcionan como un imán para los habitantes del pueblo y, sobre todo, para los dos niños protagonistas, Jim y Will.
Monstruos, brujas, atracciones. En la feria todo parece un engaño, un truco de magos. Un carrusel atemporal, un laberinto de espejos que refleja con demasiada exactitud y monstruos que antes no lo fueron, pero que la propia feria se ha tragado para devolverlos así, deformados y cargando sus culpas en su aspecto, como un estandarte. Cada una de las atracciones es una puerta a los miedos y a los deseos más humanos y como todo lo humano, a veces puede resultar peligroso, como mínimo.
Vueltas y más vueltas
El verdadero protagonista será el brillante carrusel, con unos efectos por los que cualquiera se volvería loco. ¿Qué cosa tan terrible hace el carrusel? Vueltas y vueltas y más vueltas. Hacia adelante, hacia atrás. Literalmente. Temporalmente. Volver a la tierna edad del balbuceo infantil o avanzar hasta el balbuceo senil.
Qué sucedería si de repente en unos segundos avanzamos unos años más. Todo el crecimiento repentino, un aprendizaje torpe y apresurado. Pero el niño quiere ser mayor, quiere ser adulto a toda costa. Qué curioso que lo que quieren muchos adultos sea precisamente volver a ser niños. Será que siempre se quiere lo que aún nos queda lejos o lo que ya hemos perdido.
La fantasía oscura que edifica Bradbury se levanta poderosa, brillante y con un ritmo inigualable sobre esta premisa. Es un juguete literario, un caramelo para los amantes del terror disfrazado de cuento infantil, pero con un trasfondo peliagudo: el niño que quiere crecer, el adulto que quiere ser niño otra vez y que ve, cuando en una escena los dos niños se van corriendo, como la oportunidad de correr tras ellos, igual que el tiempo, se le va.
Con una sonrisa y, sin duda, un amor sin igual por la literatura y la vida reflejado en la historia, Bradbury se adentra, como todos los maestros del terror, en los entresijos del corazón humano. Lo que lo hace único es la ternura y la vulnerabilidad explicita que rodean a los miedos internos. La identidad de Jim y Will, como la de su padre, se ponen a prueba igual que se pusieron a prueba la de los monstruos que se ha tragado la feria. Y con esta inestabilidad, dos caminos son posibles: el desmoronamiento o la reconstrucción.
La magia de las palabras
Lenguaje e historia se van entrelazando de forma suave, como si, igual que Jim y Will, fueran las dos caras de una misma moneda; y construyen ese ritmo, esos lugares oscuros, que se enredan con las palabras.
Todo es juego de palabras, como un inmenso poema que descifrar. Sucede esto con los nombres de los personajes principales, Will Holloway y Jim Nightshade, perfilando el carácter de los niños y quedando muy claro así quien es cada uno y hacia donde van.
Esto da lugar a una tensión en las palabras, por las que se desplaza muy bien la historia, igualmente tensada. Si una sola cosa no estuviera en el lugar exacto, la historia se vendría abajo, se perdería la tensión y haría aguas. Sin embargo, Bradbury consigue apretar y tensar la situación hasta el punto exacto y liberándola en el momento oportuno, cuando la trama lo pide, con un ataque de risa. Como sucede siempre que uno supera la tensión, casi podría decirse que solo pasan dos cosas: el llanto o la carcajada.
Sin duda, la capacidad de Bradbury brilla como nunca. No solo en el desarrollo de la acción, sino en la minuciosa construcción de personajes. Como si midiera la elección de cada palabra detenidamente, que encaja con total precisión en el ritmo que lleva el texto. Capítulos breves, que funcionan como impresiones poderosas, y deseos que lo vuelven a uno loco, como les sucede a los propios personajes.
La risa en la cara de la muerte
Con todos estos elementos depurados al máximo se genera un ambiente totalmente inmersivo que nos adentra aún más en el corazón de las tinieblas.
El terror en este caso viene de los monstruos, casi almas en pena que han caído desesperadamente en las garras de la feria a cambio de sus deseos; viene de los deseos insatisfechos de los niños; de los deseos insatisfechos de los adultos y de como tanto unos como otros se enfrente a esos deseos, asumiendo un riesgo demasiado alto.
Esta situación, extremada al máximo en sus momentos finales, parece que solo puede acabar de una forma. Y ahí es donde entra la risa antes mencionada. La carcajada descontrolada. La risa, en los últimos momentos de la trama, juega un papel fundamental precisamente como liberadora de tensión y casi como arma de ataque; una risa que acaba siendo salvadora, pero que también tiene un trasfondo un tanto siniestro. Solo Bradbury, después de alimentar la tensión, gracias tanto a la ambientación como a la complicada situación de los personajes que buscan desesperados alcanzar sus deseos, consigue llevarnos hasta ahí: un ataque de risa que viene del miedo, reconoce al miedo y, con las mismas, lo aleja.