‘Dios salve a los Sex Pistols’: ¿Por qué queremos seguir hablando de los Sex Pistols?
Casi cincuenta años después de su primera edición en Reino Unido, la editorial Contra ha publicado Dios salve a los Sex Pistols, el libro de Fred y Judy Vermorel sobre la corta vida del grupo. ¿Vale la pena volver a leer sobre los mayores timadores del mundo musical? Desde luego que sí, sobre todo porque la historia de los creadores del punk nunca ha sido lo que parecía.
La primera vez que escuché a los Sex Pistols fue en uno de esos programas de Canal Plus a mediados de los noventa en los que tan pronto ponían un vídeo de Laura Pausini como otro de Smashing Pumpkins.
Todos los adolescentes que no teníamos la MTV o la VIVA nos pegábamos a la pantalla con el mando del VHS preparado para grabar el nuevo videoclip de Foo Fighters o Alanis Morissette en una cinta virgen que luego desgastábamos a base de rebobinarla y reproducirla una y otra vez. Pero hubo un día en que Fernandisco nos sorprendió con el anuncio del regreso de la banda más mítica del punk. Yo no sabía de quiénes hablaba, pero por si acaso le di al botón de grabar.
Las VHS, los Sex Pistols y Alcampo
En la pantalla apareció la rueda de prensa que habían dado los Sex Pistols en Londres. Los cuatro miembros originales, con pinta de cuarentones un poco nerviosos, se sentaron detrás de una mesa cubierta con la bandera del Reino Unido. Johnny Rotten cogió el micro y, a pesar de intentar parecer un macarra, me pareció que lo que decía tenía sentido, que revivir el grupo le importaba muy poco y que lo que le interesaba era el dinero que podían ganar con ello.
No tenían intención de seguir tocando después de esa gira y estaban seguros de que los conciertos no iban a ir bien, pero lo iban a hacer de todas formas. Su actitud era muy distinta de los abanderados grunges o los nuevos grupos de punk rock americanos, eso me sorprendió.
El reportaje incluía unas imágenes de vídeos de la banda en los 70 con subtítulos como “En 1979 el bajista Sid Vicious murió de una sobredosis” mientras Johnny Rotten cantaba convulsionado escupiendo agresividad y sarcasmo a partes iguales. No hacía falta más. En la siguiente visita al Alcampo, eché con disimulo el CD de Nevermind the bollocks en el carro de la compra de mis padres.
Dios salve a los Sex Pistols: redescubriendo a la banda
Desde entonces ha sido un grupo al que he vuelto varias veces. Incluso después de conocer toda su truculenta historia y de escuchar a otros punks de la época, menos conocidos pero mucho más interesantes a nivel musical. De alguna forma, las rabiosas melodías de Johnny Rotten y su actitud indiferente tenían un cariz auténtico por encima de la leyenda de hipocresía y avaricia que siempre ronda a su alrededor.
Por eso me parece que el libro de Fred y Judy Vermorel aporta un nuevo y valioso enfoque sobre la banda y su entorno. Primero, porque se basa en el diario de Sophie Richmond, la entonces secretaria y chica para todo de Malcom McLaren, que nos ofrece un ingenuo punto de vista sobre la repercusión de la banda.
Segundo (y no menos importante), porque se publicó originalmente en 1978. La historia es inmediata y fresca, como si acabase de suceder ayer mismo.
Tercero, porque el libro se completa con entrevistas y noticias que otorgan el contexto necesario para entender cómo la vida de estos cuatro chavales se convirtió en una locura fuera de control. El resultado es un collage muy coherente que documenta y humaniza a estas antiestrellas del punk.
El diario de Sophie
El diario de Sophie Richmond y las entrevistas a las madres de los miembros del grupo marcan la diferencia con cualquier otro libro sobre los Sex Pistols. Por muy punks que aparentasen ser, alguien tenía que alquilar los pisos donde vivían; darles dinero cada semana, hablar con la prensa, contactar con las discográficas y pagar al productor, al chófer y a cualquiera que trabajase con ellos.
Mientras Malcom McLaren se encargaba de negociar y volver loco a todo el mundo, Sophie Richmond organizaba toda la logística detrás del grupo. Además, se dio cuenta de que lo que estaba viviendo era algo extraordinario y quiso registrarlo en un pequeño cuaderno. A través de esas notas podemos hacernos a la idea de la magnitud del descontrol, la desinformación y la exageración que producía cada movimiento de la banda. Cómo ni ellos mismos eran conscientes de las consecuencias de lo que hacían.
Por ejemplo, el famoso día que los entrevistaron en la BBC, en el que se emborracharon y no pararon de soltar palabrotas. No fue algo intencionado ni provocado, fue lo más natural que podía pasar cuando llevas a unos gamberros a un estirado programa de televisión. Visto años después, me sorprende la ingenuidad con la que abrieron la boca y dejaron salir todo lo que se les pasó por la cabeza ante la implacable sociedad británica.
McLaren, timos y Vivienne Westood
Dios salve a los Sex Pistols también es un libro del que se aprende mucho sobre la industria musical. Que todas las grandes discográficas van a intentar ganar todo lo que puedan de cualquier grupo con repercusión mediática ya lo sabíamos, pero que Malcom McLaren consiguiera engañar no a una, sino a dos discográficas, y llevarse todo el dinero de sus contratos es una hazaña que no creo que se haya vuelto a repetir nunca. Más mérito tiene incluso que proclamaran abiertamente que timar a estas empresas era su mayor objetivo como grupo. El que avisa…
De hecho, entre otros documentos, el libro incluye entrevistas a los directores de esas discográficas, que no les dejan precisamente en muy buen lugar. Quizá el choque entre la arrogancia de estos ejecutivos y la simplicidad de la vida diaria de los integrantes del grupo da un toque de surrealismo a todo el conjunto. Y, por último, el punto histórico-social lo aporta el texto final de Fred Vermorel sobre la influencia del situacionismo en la icónica imagen de los Sex Pistols. Vivienne Westwood no podía faltar en este libro.
Para los fans y curiosos del grupo y del punk británico, este libro es un documento tan ameno como excitante, es lo más cercano a ponerse en la piel de esa joven punk Sophie Richmond, que trata de definir su identidad a la vez que intenta conseguir que todo funcione cuando tiene cinco bombas de relojería a su alrededor, siempre a punto de explotar. Sigamos hablando de todos ellos, por favor. ¡Dios salve a los Sex Pistols!