’36’, el acontecimiento de la vida
Por casualidad, igual que la vida humana en sus orígenes, algo se despierta de nuevo. Se podría decir que, de la misma forma que sucedía en Jurassic Park, en medio de un supermercado, la vida se abría camino inevitablemente dentro de una máquina. Así surgía la primera Inteligencia Artificial (IA). Ahí estaba. Pero, ¿hay acaso que celebrar la vida frente a la no existencia de ella? ¿Por qué es mejor existir que no hacerlo? Así empieza 36 de Nieves Delgado. Con este planteamiento, está claro que lejos quedan los futuros en los que las Inteligencias Artificiales son solo robots al servicio humano o enemigos potenciales con ganas de adueñarse del planeta.
36 entra suavemente en el nacimiento de la vida artificial, que no deja de ser un proceso lento, incomprensible y, sin duda, hijo del azar, como la vida humana lo fue en su momento.
La historia sigue la vida de 36, nombre que se le da a una IA que, desde su nacimiento, parece demostrar un comportamiento un tanto extraño respecto al resto. Los cuestionamientos de 36, las apreciaciones que hace y, en cierta forma, una rebeldía respecto a lo que se encuentra en el mundo, la diferencian de las demás. Lo curioso es que esto acaba por acercarla más a los humanos.
Así es como vemos los humanos
Las IAs de 36, igual que los seres humanos, no nacen sabiendo. Siguen un proceso de aprendizaje en el que evolucionan y adquieren conocimientos. A medida que se produce el crecimiento emocional van pasando por distintos soportes construidos a imagen y semejanza de los cuerpos humanos. En sus inicios, despojados de cualquier marca de género. Sin embargo, el proceso de aprendizaje de una IA es muy distinto al del ser humano, mucho más veloz, lo que podría hacernos suponer que deberían llegar más lejos.
Ahora bien, si un niño empieza a hacer preguntas para las que ningún adulto tiene respuestas, pueden suceder dos cosas: o encuentra la respuesta por sí mimo, o hará tope. Una barrera que no lo dejará seguir avanzando a pesar de las posibilidades. Y eso es precisamente lo que parece suceder con las IAs de 36.
La vida artificial surge por sí misma, irrumpe sola en el mundo. Y sin embargo, una vez localizada su existencia, el hombre se empeña, como si fuese el dueño de esta nueva vida, en encajarla en un molde que se le parezca lo suficiente pero que no llegue a confundirse con lo humano. Remarcando así quien tiene el control de la situación.
La semejanza entre los seres humanos y las IAs llega hasta tal punto, que se provoca el envejecimiento de estas. Nada puede situarlas en una posición ventajosa.
¿IAs inmortales? Para qué si lo humanos no lo son. ¿Aspectos físicos diferentes? Para qué si los humanos no los tienen. ¿Visión periférica? Para qué, sí así, de forma limitada, mirando al frente, es como ven los humanos. Eso le respondería el padre adoptivo de 36 ante la pregunta de por qué solo ve las cosas de un espacio restringido. ¿No podrían sus ojos ser construidos de tal manera que le permitieran ver lo que hay detrás de ella? Podrían, pero no, porque “así es como vemos los humanos”.
¿Por qué una Inteligencia Artificial necesitaría algo que no tiene el hombre? Creación a imagen y semejanza y, desde luego, limitaciones que ejercen un control para sujetar la vida, que arremete imperiosa contra las cadenas, dentro de lo conocido; dentro de lo nombrable y dentro de lo asimilable por el hombre.
El desbordamiento de la consciencia
El hombre da por sentado que su estado natural, su existencia tal y como es, es el estado perfecto. La vida ideal, la creación más acertada de la naturaleza. Por eso, cayendo en un narcisismo del que no quiere ser consciente, únicamente concibe la vida a imagen y semejanza de la suya. Ahora bien, lo que pasa con las IAs, lo que pasa con 36, es que la vida se le va de las manos.
Encajadas en un traje que les queda malamente, las IAs, tal y como puede observarse en el desarrollo de 36, acaban necesitando una visión más amplia de la realidad para que su identidad y su aprendizaje avancen, sigan el curso natural de las cosas y satisfaga sus necesidades. De esta forma, se sobrepasan los límites de la consciencia humana precisamente porque, por más que la sociedad se haya empeñado en hacerlas encajar en su molde, no es lo que necesitan.
Esa limitación, que llega a ser mental y corporal, supone una prisión espiritual, en cierta forma, y de la identidad de las IAs. La ruptura de los límites; el abandono del molde humano; del cascarón impuesto al que no se acomodan; el desbordamiento de la consciencia quizá sea el verdadero acontecimiento de la vida. Más allá de los patrones aprendidos, de las conductas impuestas o de comportamientos rígidos que se imitan y que sirven en apariencia para el correcto fluir de las sociedades.
“Hazte la vida fácil” le diría Ed Lund ante el incansable cuestionamiento de 36. Hazte la vida fácil; deja de pensar cosas que no solucionarán nada; controla la consciencia, que se te escapa, que está fuera del lugar que le corresponde y ahí nadie quiere estar; nadie debe estar, porque todo sería infinitamente más difícil. Pero, ¿y cuándo esto es inevitable?
La vida de las IAs no cabe en el traje humano y por eso, precisamente, los hechos se suceden de una forma determinada. Quizá ni siquiera la vida humana quepa ya cómodamente dentro de ese traje.
El acontecimiento de la vida
Abría Nieves Delgado 36 con una cita de Ligotti que hace referencia a ese alto en el pensamiento, detener la consciencia que se va por derroteros peligrosos.
La mayoría de la gente aprende a salvarse limitando artificialmente el contenido de su consciencia.
Salvarse LIMITANDO artificialmente el contenido de su consciencia. Es decir, buscar un hueco, encajar en los moldes ya existentes. Puede que la vida humana haya aprendido como hacerlo lo haga por ese correcto fluir social que le permitirá vivir mejor en sociedad.
La rigidez social que ha aprendido e interiorizado el ser humano a lo largo de su historia ha generado rigidez en el pensar. Solo una vida nueva, lejos de los humanos, y salvaje podría desarticular y hacer temblar los cimientos de este pensamiento rígido. Un pensamiento adquirido por el despojamiento de los instintos infantiles y desvergonzados del niño que va especializándose en el arte del disimulo a medida que crece.
Ante la angustia y la ansiedad continua de la incomprensión y la incomodidad, cualquiera elegiría poder ser feliz con cosas sencillas y banales. La simpleza y la rutina, el apagado de la consciencia, acaba siendo de alguna forma LA SALVACIÓN.
Sin embargo, una nueva forma de vida, salvaje, curiosa, mucho más instintiva (aunque con sus propios instintos) y con hambre, mucha hambre, el hambre propia de los recién nacidos, puede que esté lejos de elegir la comodidad, y con ella la “salvación”, frente a lo que acabará saciando esa hambre. Y a esto nos lleva el final de 36, con únicamente unas pocas líneas en las que late, irremediablemente, la vida. Como si una semilla plantada hace tiempo echara los primeros brotes.
Ese incómodo desbordamiento de la consciencia, que no lleva a la salvación, provoca, de una forma u otra, de nuevo, y por casualidad, el acontecimiento de la vida.
Ilustración de la portada de Cecilia G. F.