Placebo: amapolas en llamas (parte III)
En nuestro repaso a la discografía de la banda de rock Placebo, nos acercamos ya, por así decirlo, a la linde del jardín de amapolas en llamas. Tras haber revisitado sus primeros cinco discos de estudio y su primer recopilatorio de singles, nos disponemos a hablar sobre sus siguientes dos álbumes y la celebración del veinte aniversario de la banda.
Pedimos disculpas a los vecinos, de antemano, por el ruido.
Rodeados de espías
Y ruido volvió a hacer Placebo cincuenta y tres días después del lanzamiento de Beautiful James, cuando sacudió las redes sociales con otro nuevo single: Surrounded by spies.
Además, anunciaron el título del que será su octavo disco: Never let me go, que saldrá a la venta el 25 de marzo de 2022. En Las Furias Magazine podemos presumir un poco de pitonisas, pues este fue precisamente el verso que destacamos de la ya mencionada Beautiful James.
Surrounded by spies es un tema ominoso que nos remite a la catástrofe electrónica en la que nos hallamos inmersos como sociedad. En una declaración pública, Brian Molko explicó que la canción reflexiona acerca del sistema de vigilancia al que estamos sometidos en occidente a base de cámaras de reconocimiento facial, y la forma en que cedemos nuestros datos personales a través de internet para beneficio de grandes multinacionales en busca de nuevos mercados a los que vender.
La letra fue construida siguiendo una técnica literaria inventada en su día por Brin Gysin e Ian Sommerville, y aplicada notoriamente por William S. Burroughs. Dicha técnica, conocida como “de corte”, consiste en recortar un texto y reordenar sus fragmentos de forma aleatoria, creando un escrito nuevo.
Surrounded by spies refuerza las inclinaciones sociales del letrista de Placebo en los últimos tiempos, y nos deja con ganas de más mientras esperamos con impaciencia a marzo del año que viene.
Somos Placebo
De vuelta en 2006, nos encontramos a la banda iniciando una gira de dieciocho meses por todo el mundo para la promoción de Meds. Este tour supuso, entre otras cosas, su pico de popularidad al otro lado del charco, donde recogieron a un buen montón de seguidores novicios. En homenaje a sus nuevos y devotos fans americanos, y después de dar dos vueltas alrededor del país de las barras y las estrellas, Placebo realizó un concierto acústico sorpresa en la tienda Virgin Megastore de Los Ángeles, para deleite de los ahí presentes.
Pero el momento cumbre de la gira se produjo el 31 de mayo de 2007, en Vilnius, Lituania. En el artículo anterior ya hablamos del activismo social de Placebo, enfocado, particularmente, a la reivindicación de las libertades sexuales. Pues bien, aunque las relaciones homosexuales dejaron de considerarse un delito penal en 1993, aún hoy sigue sin estar permitido el matrimonio entre personas del mismo sexo.
Por aquellas fechas, la banda londinense recibió conocimiento de que el alcalde de Vilnius tenía pensado prohibir la entrada a la ciudad a un autobús antidiscriminatorio promovido por la EU en diversos países para promover la tolerancia hacia las minorías sexuales. El buen señor dijo que temía que causase “disturbios y agitaciones”, enmascarando a duras penas un claro caso de homofobia aguda.
Pues bien, la respuesta de Brian Molko y Stefan Olsdal (doctores renombrados en este tipo de, puaj, asquerosas afecciones) fue comenzar su multitudinario concierto con un beso de veinte segundos entre ambos. A esto, le siguió el sencillo pero contundente grito de “We are Placebo!”.
Proyecto revolución
El colofón a su exitosa gira fue, de nuevo, en Estados Unidos, donde tomaron parte de un festival ambulante que duró seis meses: el Projekt Revolution. Promovido por la banda californiana Linkin Park, tenía como objetivo promover la música rock por el país, así como los valores ecologistas (donando un dólar por cada billete a la organización sin ánimo de lucro American Forests, y usando tan solo biodiésel en sus múltiples medios de transporte).
Placebo fue invitada a liderar el evento junto a los ya mencionados Linkin Park y el grupo de Nueva Jersey My Chemical Romance (del que ya hemos hablado un poco en el artículo acerca de las andanzas comiqueras de los Killjoys). Los tres grupos compartieron escenarios y sombra de ojos, estamos seguros.
Como anécdota curiosa, mencionaremos el golpe que fue para el ego de Brian Molko cuando arrancó el festival y se encontró con el desinterés generalizado de un público al que poco le interesaban las melancolías de un grupito de europeos quejicas. Por primera vez desde 1996, Placebo tuvo que ganarse la atención del respetable. Aquellos fans de Linkin Park y My Chemical Romance buscaban adrenalina, electricidad, y una buena hostia en la cara. De modo que la banda tuvo que repasar su repertorio y rescatar de él sus canciones más punkis y aceleradas para ganarse el afecto de los asistentes, cosa que ocurrió (irremediablemente) a partir del tercer o cuarto concierto.
El adiós de un amante
El modelo del power trio ha sido aplicado por multitud de bandas de rock, compuesto por un guitarrista, un bajista, y un batería, repartiéndose, a menudo, las voces entre los dos primeros. Cream ya apostó por esto en 1966, y Motörhead después, y Nirvana, y los Manic Street Preachers (por poner algunos ejemplos).
Placebo podía considerarse como uno de los tríos más reconocibles del panorama rock, un matrimonio asexual a tres bandas (como ellos mismo se habían definido). Muchos de sus fanáticos jurábamos por la Santísima Trinidad que conformaban Brian Molko, Stefan Olsdal, y Steve Hewitt. Tristemente, eso cambió en octubre de 2007.
La versión oficial dice que el que había sido el batería de Placebo durante once años abandonó el grupo por diferencias musicales con los otros dos. Sin embargo, los problemas entre ellos parecen datar de 2005, mientras estaban grabando Meds. El nacimiento de su hijo supuso un antes y un después en la vida de Brian Molko, que había mirado de frente al abismo y, en un giro inesperado de los acontecimientos, había decidido que aquello no era para él.
El mundo ya había tenido a bastantes rockeros que morían jóvenes a causa de una sobredosis, o que acaban con su propia vida ellos mismos, incapaces de gestionar el dinero y la fama. Molko abandonó radicalmente el consumo de drogas sintéticas, y se imbuyó en otro tipo de cuestiones, de índole espiritual, social, y filosófica. Hewitt, por su parte, seguía envuelto en una vorágine de sexo, drogas y rock ‘n’ roll. Y no porque estuviese más vacío que Molko o fuese peor persona. Quizá, simplemente, el batería gestionaba mejor sus colocones.
El caso es que, en los siguientes dos años, la banda se distanció considerablemente. En el escenario mantenían el tipo, como buenos profesionales, pero en cuanto se apagaban las luces y el público se iba a casa, nuestro ménage à trois favorito se dividía en dos facciones: Molko y Olsdal por un lado, y Hewitt por el otro.
El comportamiento de este último era distante y errático. Tanto es así, que Brian llegó a temer violencia física por su parte (con o sin razón, nunca lo sabremos). De forma que el líder de la banda le escribió un email al que había sido uno de sus mejores amigos, un hermano, indicándole que la situación era irremediable. Seguidamente, apareció un comunicado en la página oficial de Placebo indicando que Steve Hewitt ya no pertenecía al grupo. Desde entonces, el exbatería ha mantenido un respetuoso silencio al respecto.
Esta circunstancia todavía nos rompe el corazón a algunos, y duele solo de recordarla. Aun así, son cosas que pasan. Y pese a lo mucho que nos gustaría volver a ver a Steve Hewitt tocando en Placebo… lo cierto es que no tiene pinta.
Tras esta ruptura, la producción musical de Hewitt más notable son sus dos discos como guitarrista y cantante de Love Amongst Ruin, cuyo sonido recuerda inevitablemente al de su antigua banda.
El otro Steve
Pero la vida sigue, y Placebo no mostró síntomas de mala salud. La amistad entre Molko y Olsdal era lo suficientemente sólida como para resistir este golpe y, juntos, procedieron a dar los siguientes pasos de su proyecto en común.
Después de realizar un par de bolos con distintos baterías, el definitivo llamó a su puerta. Se trató de otro Steve, irónicamente, un muchacho de 21 años, fan de la banda, y que había ejercido de su telonero mientras formaba parte de Evaline. Al enterarse de la vacante, Steve Forrest no dudó en contactar con Brian Molko para expresarle su deseo de ocuparla. Molko, por su parte, le invitó a pasar unos días en Londres para alternar con Olsdal y él, y ver si la cosa fluía.
Y fluir fluyó. Steve Forrest ensayó con ellos y disfrutó de las mieles de la vida nocturna londinense (eso sí, sin drogas duras). El joven irradiaba optimismo y dopamina traída consigo en una maleta llena de sol californiano. Su entusiasmo contagió a Brian y Stefan, dos músicos ya curtidos en mil batallas, y que se acercaban inexorablemente a la cuarentena. También aportó una sana dosis de energía y algunas de sus propias influencias musicales: punk rock de sol y playa de principios de los 2000, al estilo de unos Green Day de segunda ola o Jimmy Eat World.
Vosotros sois la verdad
Así que estaba hecho: Steve Forrest se mudó a Londres y se convirtió en el nuevo batería permanente de Placebo, inyectándole sangre fresca.
Su primera actuación en directo, sin embargo, fue tan extraña como especial. Siguiendo en su línea reciente de compromiso humanitario, la banda actuó en Camboya en contra del tráfico de personas. El escenario fue el templo budista de Angkor Wat, un yacimiento del siglo XII considerado como la mayor estructura religiosa jamás construida. En 2002, el renombrado tenor barcelonés José Carreras había dado un concierto en tan singular emplazamiento. Placebo, sin embargo, sería el primer grupo de rock en tocar en semejante tesoro arqueológico.
A pocos kilómetros, miles de personas (sobre todo, niños y adolescentes), a menudo secuestradas, estaban siendo sometidas a condiciones infrahumanas y obligadas a la prostitución. El trío realizó una selección de nueve de sus mejores canciones y las tocó en versión semiacústica, modificando las letras para evitar cualquier expresión malsonante o irrespetuosa, reciclando su angustia y ofreciéndosela al público camboyano sin ánimo de lucro, el 7 de diciembre de 2008. El resultado fue, seguramente, el mejor concierto de Placebo hasta la fecha y, sin duda, el más sentido. Entre los temas que tocaron, destaca el último, una versión de Twenty years acompañada por el violín eléctrico de Fiona Brice, amiga y colaboradora habitual del grupo.
El canto “you’re the truth, not I” nunca tuvo un significado tan amplio ni tan importante, dedicado a aquellos inocentes que sufrían y sufren.
Después de dejarse la piel por una causa tan noble, llegó el momento de volver a encerrarse en el estudio y hacer lo que mejor se les da: grabar nueva música para peludos marginales e inconformistas. Pero antes de esto, se vieron envueltos en otra ruptura, esta vez con su discográfica. La filtración de Meds por parte de un miembro del personal de Virgin Records (EMI, como pasó a ser conocida) fue la gota que colmó el vaso. Molko, Olsdal y Forrest querían mantener el control absoluto de su futuro material, y decidieron autoproducirse su próximo CD, participando en todos los aspectos de la producción.
Y así es como empezó una nueva batalla, una batalla por el sol.
Buscando la épica
Ante todo, caretas fuera: los dos últimos discos de Placebo son los que a mí, en particular, menos me gustan. Aquí no hemos venido a mentir. ¿Quiere esto decir que me parecen malos? Para nada. De hecho, al re-escucharlos para la redacción de este artículo, creo que he podido dilucidar por qué me gustan menos que el resto, así como aprender a apreciarlos como lo que son.
Todo artista tiene derecho a progresar. Y el progreso, a veces, pasa por el cambio. A estas alturas de la película, Brian Molko había dejado atrás bastantes de sus malos hábitos y, aunque los fantasmas no dejan de volver, de vez en cuando, había encontrado una nueva fuerza motora para crear: la conciencia del alcance de sus actos y su influencia en otros, el deseo de convertirse en mejor persona y, sobre todo, una pequeña criatura de nombre Cody Molko.
Aun así, el otrora Nancy boy seguía sufriendo de depresión crónica, y sus impulsos y bajos deseos no se habían ido a ninguna parte. Pero ahora sentía el impulso de combatirlos. Y es sobre esto que va Battle for the sun, su sexto disco de estudio. Aun sin moralina, el álbum adquiere un sentido coral de lucha por salir del fango, de mirar atrás, aceptar lo que ha hecho uno, y gritarle al mundo que tiene más y mejor que dar.
El álbum fue producido por Dave Bottrill, que ya había trabajado en el pasado con Smashing Pumpkins y Depeche Mode, entre otros. Battle for the sun es, sin embargo, un producto cien por cien Placebo. Brian y los suyos buscaban crear un auténtico disco rockero, con un aire psicodélico en cuanto a su multitud de atmósferas y sonidos, y con tintes épicos. Para ello, introdujeron más instrumentos que en ningún otro álbum: flautas, trompetas, trombones, y hasta una orquesta jazz. Y es aquí donde, en mi modesta opinión, cojea. Placebo no se maneja en lo épico. Placebo hace música para alimañas.
Aun así, el recién formado trío demostró su versatilidad y nos cerró el pico a todos los nostálgicos de la sombra como yo.
Battle for the sun
Además de lo ya mencionado (y pese a los muchos esfuerzos de Brian Molko por desmentirlo), el sexto disco de la banda está repleto de mensajes hacia su ex-baterista. ¿Y cómo podría ser de otra manera? Steve Hewitt era más que un compañero para los otros dos, sobre todo para Molko.
Lanzado el 8 de junio de 2009 es, también, el reflejo de la crisis espiritual de un niño cristiano (a mí no me engañas, Brian). En él, el letrista se plantea muchas de las preguntas que nos hacemos todos llegados a cierto punto: de dónde venimos, hacia dónde vamos, y etc. Y por mucho que pueda tirarle el budismo, lo cierto es que Molko fue criado en un ambiente cristiano y no encuentra solaz en ningún credo religioso.
Kitty Litter es el primer tema, una canción de alta carga erótica que recuerda a los primeros tiempos de la banda. No en vano, Brian y Stefan la compusieron originalmente en 1994. Aun así, llegado el minuto 3:08, cambia de ritmo completamente y hace una declaración de intenciones: “I need a change of skin”.
Dicho cambio empieza a hacerse evidente en Ashtray heart, una canción cuyo título hace referencia al primer nombre del grupo. En el estribillo, Stefan Olsdal entona en perfecto castellano “cenicero, mi cenicero, mi corazón de cenicero”, y un servidor tuerce el gesto. No son las líneas más profundas escritas por Molko. Sin embargo, un poco más adelante, el propio Brian suelta un verso provisto de una contundencia que sí se nos hace más familiar: “I tore the muscle from your chest and used it to stub out cigarettes. I listened to your screams of pleasure, now watch the bedsheets turn blood red”.
Battle for the sun es la canción que da nombre al disco, y también la más larga. Durante cinco minutos y treinta y dos segundos, Brian nos habla acerca de sus cuitas buscando un haz de luz. El guitarreo de la canción no defrauda, aunque las múltiples repeticiones de según qué partes de las estrofas se me hacen excesivamente machaconas (recordad, por favor, que tan solo soy un fanático procurando ser honesto).
Por otra parte, es imposible no soltar una lágrima cuando empieza a sonar el piano y Molko entona aquello de “dream brother, my killer, my lover”. ¿De verdad no estaba pensando en Steve Hewitt? ¿De verdad?
El diablo ha venido para quedarse
Con For what it’s worth, el disco comienza a remontar y a alcanzar las cotas que de un trabajo de Placebo se espera. En los coros, se escuchan las voces de dos cantantes de soul, una de ellas habitual de Jamiroquai, y otra miembro del grupo de jazz alternativo Galliano. Y funcionan que da gusto.
For what it’s worth es, seguramente, la canción más bailable de Placebo, que recuerda sus sensibilidades pop, y retrotrae a sus influencias disco y setenteras. Aun así, está repleta de contenido. En ella, Brian Molko nos insta a llenar “nuestro agujero con forma de Dios”, y a mover el esqueleto pese a la ausencia de amante y amigo (recuerdos a la familia Hewitt). Igualmente, incluye una de las declaraciones de amor más bonitas de la música rock: “for what it’s worth I’d tear the sun in three to light up your eyes”.
El cuarto tema es, para mi gusto, el mejor del álbum. En Devil in the details, Brian saluda a sus demonios y los acepta como parte de sí mismo, le guste o no. Musicalmente es una bomba, una de sus diez canciones más reseñables (y esto es decir mucho).
En el minuto 2:34 explota con una energía que parece no cesar, y da un giro mefistofélico, equiparándose así mismo con el mismo diablo que le asola (porque el Maligno tiene mucho de narcisista, y de narcisismo sabe mucho Brian Molko), afirmando que ha venido para quedarse. Y nosotros que lo celebramos.
Si For what it’s worth es la canción más bailonga de Placebo, Bright lights es la más pop (aunque no por ello la más ligera). En ella, Molko hace una de sus afirmaciones más certeras: “A heart that hurts is a heart that works”. Totalmente cierto, un corazón que no duele nunca, es que tiene un serio problema. Entre medias, Olsdal nos deja claras las circunstancias entre las que oscila el devenir de la banda (y el de todos nosotros): luces brillantes y agujeros negros.
Sin poder mirarte a los ojos
Speak in tongues continúa con la imaginería bíblica y nos habla acerca de un amor esclavo, cuyo mero sentimiento otorga a los amantes una trascendencia cósmica, “hasta que el universo y el curso del tiempo acaben”. Finalmente nos lanza un mensaje de autoafirmación y acracia: “Don’t let them have their way, you’re beautiful and so blasé. So please don’t let them have their way, don’t fall back into the decay, there is no law we must obey. So please don’t let them have their way, don’t give in to yesterday”.
En The never-ending why, Molko se refiere a esas preguntas existenciales que nunca hallarán respuesta (no en esta vida, al menos). Y lo hace acompañado de la segunda canción más dura en cuanto a sonido después de Devil in the details.
A este le sigue Julien, un tema de ángeles caídos y suicidas en potencia que bien podría haber estado en su cuarto disco, Sleeping with ghosts, por su marcado estilo electrónico. En él, Placebo vuelve a dejarnos claro que su música no es un paliativo para el dolor, sino un tornado que terminará por destruirnos a todos.
Happy you’re gone sí que no tiene absolutamente nada que ver con la marcha de Steve Hewitt, para nada, ni con las sensaciones de Molko acerca de él en la pasada gira de Meds. En absoluto. ¿Os ha saltado ya el detector de ironías? Pues eso mismo. Escuchar a Brian lamentarse acerca de cómo ya no puede ni mirarle a los ojos a una persona con la que había compartido tanto en el pasado, resulta absolutamente descorazonador.
A golpes con uno mismo
Breathe underwater es la tercera canción más cañera del disco. En ella, el cantante se enfrenta a la pantomima que ha sido su vida en los últimos años, y que le cuesta reconciliar con el niño inocente e introvertido que una vez fue. Continuando con la temática solar del álbum, asoma la cabeza por encima de una superficie en la que ha estado sumergido durante demasiado tiempo, y contempla un nuevo amanecer.
En Come undone, Brian se muestra especialmente inmisericorde con su antiguo malditismo, y con la forma en la que presumía de su propia decadencia. Puede que la época de escribir letras acerca de crueldad sexual y del consumo inmoderado de drogas haya pasado, pero una cosa sigue intacta: Molko se reserva los golpes más duros para sí mismo.
Finalmente, Kings of Medicine cierra el disco con uno de sus mejores esfuerzos musicales. El líder de Placebo lo compuso mientras pasaba unas bien merecidas vacaciones en un sosegado barco en París. La letra parece inequívocamente dedicada a vosotros ya sabéis quién. “Stupid me to believe that I could trust in stupid you”… Además, la letra culpa al alcohol de arruinar los planes tan bien trazados por la voz de la melodía y su (no muy misterioso) interlocutor.
En cuanto al sonido, Molko realiza un pequeño homenaje a los Beatles y, en particular, a All you need is love. Se diría que esta canción le rondaba la mente en París, mientras disfrutaba de su bohemio retiro y reflexionaba acerca de viejos amigos.
Sé dónde vives
Poco después de comenzar la gira promocional de Battle for the sun, Brian Molko nos pegó un pequeño susto a todos. El 9 de agosto, participando en el festival Summer Sonic, en Osaka, Japón, se desplomó en mitad del escenario, inconsciente.
La versión oficial de la banda (que tuvo que cancelar todas sus actuaciones en el país) fue que llevaban un tute considerable, y que su guitarrista y cantante había sucumbido a una mezcla de cansancio, jet lag, y a una enfermedad vírica. En cuanto al virus en cuestión, se mostraron tan discretos como de costumbre. Si los rumores son ciertos, sin embargo, debió tratarse de la llamada Gripe A, una pandemia que, después de haber visto cómo se las gasta el Covid-19 nos parece de risa, pero que consternó al mundo en los años 2009 y 2010.
Una vez recuperado, sin embargo, Brian Molko continuó deleitando a sus fans con su energía y mala leche de costumbre. Es cierto que la temática del grupo había cambiado en tiempos recientes, pero su rabia escénica permanecía intacta.
Quizá fuera por la influencia de Steve Forrest y su contagioso entusiasmo, pero lo cierto es que el tour de Battle for the sun resultó ser bastante fecundo. Entre actuación y actuación, la banda se encontró componiendo material nuevo. Surgió primero B3, un EP compuesto por cinco canciones, entre las que destaca la políticamente desafiante I. K. W. Y. L.
Por esta época, Brian Molko sopesaba la opción de grabar un disco en solitario. Igualmente, Placebo se planteaba la creación de un primer recopilatorio de grandes éxitos.
Para acompañarlo, se propusieron componer alguna que otra canción nueva con la ayuda de Adam Noble, el productor de su banda amiga dEUS. De todas estas ideas, sumadas a alguna que otra que Molko tenía intención de grabar en solitario, nació el séptimo álbum del grupo: Loud Live Love.
Amor digital
Saltamos al año 2012, y nos encontramos a Molko, Olsdal y Forrest encerrados en los estudios RAK, en Londres, los cuales no pisaban desde la grabación de Meds (Battle for the sun fue grabado en un terreno neutral para los tres miembros del grupo, en Toronto, Canadá).
En perfecta sintonía con su nuevo productor, el trío disfrutó de la posibilidad de trabajar cerca de casa y se puso manos a la obra. Si en el disco anterior probaron a utilizar una mayor variedad de instrumentos, en esta ocasión experimentaron con las nuevas tecnologías. Brian Molko admitió estar ligeramente adicto a tomar su iPad y a probar todas las apps musicales que encontraba a su alcance, explorando con deleite las posibilidades que ofrecían.
Abrazando la nueva era digital, Placebo presentó su disco el 13 de septiembre de 2013 en streaming, por Youtube. Coincidiendo con la salida a la venta del álbum, el trío tocó varias de sus canciones para un público multitudinario a través de internet. Además, ofreció entrevistas y otros contenidos extra a lo largo de una hora y media, para deleite de sus fieles.
Aunque Placebo nunca había compuesto una ópera rock, Loud like love resultó ser algo parecido. Pese a no contar una historia lineal per se, el disco tiene un claro tema principal: el amor romántico. Pero a su frenopática forma, con una sucesión de altos y bajos, sin aparente orden ni concierto, de una canción a otra, el álbum pasa del descubrimiento afectivo a la ruptura sentimental, volviendo por donde vino y pasando por estados intermitentes de fervor sexual.
Pese a su grabación totalmente digital, el disco se las ingenia para no sonar sintético y, como todo lo producido por Placebo, da la impresión de venir de un lugar sincero y genuino.
¿Demasiados amigos?
Loud like love es la primera canción, e inicia el álbum con un fuerte pistoletazo. A modo de presentación, promete un disco de rock potente, con las flechas de Cupido (a prueba de balas o no) en el punto de mira.
Scene of the crime comienza con el sonido de… ¿palmas? De acuerdo, aceptamos pulpo como animal de compañía. En ella, Brian asimila el acto sexual con un crimen. Ya decía Leopoldo María Panero que “el acto del amor es lo más parecido a un asesinato”.
Seguimos escuchando el disco y llegamos a Too many friends, y os mentiría si dijera que me gusta. Molko es un letrista sobresaliente, de veras, mordaz, ingenioso, sofisticado, y con una amplia cultura musical y poética. Sin embargo, el primer verso de la canción lo desmerece: “My computer thinks I’m gay. I threw that piece of junk away on the Champs-Elysées”.
El resto de la canción remite al first world problem de tener demasiados seguidores en las redes sociales, personas a las cuales nunca vas a conocer de veras. Si algo ha quedado claro a través de estos tres artículos es que amo a Placebo (quizá de manera un tanto enfermiza). Pero este tema me suena un poco a un anciano gritándole a una nube. Lo cual es humano, supongo.
Hold on to me continúa un poco en esta línea (Brian, incluso, llega a compararse a un teléfono sin conexión), y vuelve a aquello de las palmas. Musicalmente, sin embargo, es mucho más interesante. A partir del minuto 2:15 nos envuelve en un torbellino de culpabilidad y arrepentimiento, y en el 3:19, la voz de Molko nos recita un elocuente poema acerca de nuestra percepción de nosotros mismos y el universo que nos rodea.
En un millón de pedazos
Con Rob the bank la cosa mejora considerablemente, y vuelve a recordarnos que estamos escuchando a un grupo especial, también por su picardía y manifiesta sexualidad. Al mismo tiempo que nos incita a la rebelión y a derrocar el sistema económico occidental, nos recuerda el mayor instrumento revolucionario del que disponemos: el sexo. En lo musical, nos retrotrae a los zumbidos aquellos que escuchábamos al principio de Sleeping with ghosts, disonantes de furia.
Y de la misma forma que antes he señalado a Too many friends como la canción que menos me gusta de mi grupo preferido, tengo que decir que A million Little pieces es uno de mis himnos, sobre todo cuando las fuerzas flaquean. Probablemente uno de los temas más tristes y devastadores de la banda, nos habla acerca del abandono y la pérdida absoluta de la ilusión. Todos nos encontramos así, a veces, y ayuda saber que no somos los únicos.
Cuando Brian entona una y otra vez aquello de “all my dreaming torn to pieces”, acompañado del piano y la contundente batería… es imposible no sentir un desgarro allá donde más duele.
Exit wounds recuerda al sonido parasítico de Swallow o Black Market Blood. La letra, sin embargo, tiene algo de Brick shithouse, y nos habla desde el punto de vista del amante rechazado que sabe que el objeto de sus deseos se está acostando con otra persona. En el minuto 1:54, la canción explota de pura frustración y rabia, con Molko gritando “Want you so bad I can taste it, but you’re nowhere to be found. Now I’ll take a drug to replace it or put me in the ground”.
Llévame a casa
Purify nos devuelve a la algarabía del descubrimiento de una nueva pareja sexual, o la celebración de la que ya teníamos y nos embriaga. Puestos a trazar paralelismos, podríamos decir que se asemeja en algo a I do, pero sin pizca de ironía. En este tema, Molko se pone calenturiento y nos habla de sus fetiches sexuales (sí, Brian, a mí también me van mucho las piernas).
Begin the end nos devuelve al desaliento de A million pieces, de nuevo con ese piano delicioso que ronda todo el disco como una presencia fantasmal. En esta ocasión, la canción se lamenta de la ruptura inmediata con el ser amado. Molko nos sitúa en ese punto de no-retorno, el temor más profundo del enamorado.
Siguiendo la secuencia más o menos lógica del disco, uno esperaría que su última canción volvería a levantarnos un poco los ánimos, terminando la celebración amorosa que inició Loud like love. Y supongo que es así, pero solo en parte.
Bosco es la carta de agradecimiento de un ser patético a su media naranja que atiende a sus heridas autoinfligidas. La voz de Molko languidece en el camino a casa tras una borrachera, en la que cada paso dirige a un final irrevocable. Y, aun así, profiere un “te quiero” casi ininteligible a la persona que camina a su lado, víctima involuntaria de la insatisfacción vital de un depresivo crónico.
“You know, I’m grateful, I appreciate. But in fact, it’s baleful how I suck you dry… How I suck you dry…”.
No es bonito, no es loable. Pero somos nosotros. Y nosotros somos Placebo.
A través de dos décadas
Tres años después del lanzamiento de Loud like love se cumplió el vigésimo aniversario de la banda liderada por un hombre pequeño con un corazón enorme, la última estrella negra del firmamento del rock, como dijimos en su momento.
Por aquel entonces, Steve Forrest había abandonado ya el grupo para perseguir una carrera en solitario. La ruptura nada tuvo que ver con la del Steve anterior, y se dio en términos de amigabilidad y admiración mutua. Desde entonces Matt Lunn ha estado ejerciendo como baterista de Placebo en sus actuaciones en directo. Sin embargo, Molko y Olsdal parecen haber decidido reducir el núcleo de la banda a un dúo, al menos, de momento.
Para conmemorar sus veinte años, Placebo sacó su primer disco de grandes éxitos, titulado, muy apropiadamente, A place for us to dream. Si el nombre remite a Narcoleptic, la portada referencia al vídeo de Black-eyed, en el que dos amantes díscolos demuestran sus afectos en mitad de unos disturbios policiales.
La propia Narcoleptic, sin embargo, no aparece incluida en el recopilatorio. Ni tampoco otras muchas de las que hemos destacado a lo largo de estos tres artículos. Sorprende, especialmente, la ausencia de Twenty years, una canción que hubiese sido de lo más apropiada. Pero supongo que cada aficionado haría una selección distinta si se viera obligado a escoger las dieciocho mejores canciones del grupo, así que no tiene sentido quejarse.
Entre las canciones escogidas, se encuentra la versión que hicieron de Runing up that Hill, de Kate Bush, así como Lazarus, una cara B, y la versión de Without you I’m nothing grabada con el mismísimo David Bowie. También Jesus’ Son, un tema inédito que supone una brillante adición al amplio catálogo de Placebo.
Paz y amor
Así nos despedimos del campo de flores incendiarias en el que nos internamos hace un par de artículos.
Desde 1996, Placebo se ha convertido en un grupo de culto, y no es para menos. Pasiones particulares aparte, lo cierto es que se trata de uno de los más interesantes de las últimas tres décadas, y un estandarte del llamado rock alternativo.
Esperamos poder revisitar pronto el jardín de amapolas en llamas, cuando salga su octavo disco de estudio. Tened por seguro que gozará de un espacio para él solo aquí, en Las Furias Magazine.
Espero que hayáis disfrutado de este paseo, al menos, la décima parte que un servidor, que redactándolo ha vuelto a reenamorarse de la banda de Brian Molko y Stefan Olsdal.
Recibid un sentido abrazo, como no podía ser de otra forma.
Paz, amor y Placebo.
¿Con ganas de más Placebo? No te pierdas los dos partes anteriores en las que diseccionamos la discografía de una banda irrepetible.