‘El caminante’, una oda a lo cotidiano
El caminante es una de las obras más conocidas de Jiro Taniguchi.
Del mismo modo, es una puerta (o un shōji) de entrada para personas que, como yo, no estamos muy versados en el cómic japonés.
Acompañando al caminante, redescubrimos una vida pausada que acaso se nos había olvidado, así como una mirada limpia hacia las cosas.
El caminante: de paseo
El caminante es una obra primorosa dividida en diecisiete capítulos autoconclusivos: Observar los pájaros, Nieva, Salida a la ciudad, Trepando por el árbol, Llueve, Nadar por la noche, Tras el tifón, El camino largo, Noche de lluvia de estrellas, Atravesar la callejuela, Paisaje borroso, Colchón de flores de cerezo, Amanecer, Comprando una persiana de carrizos, Qué bien esta agua caliente, Viniendo a ver el mar, y Después de remontar el río (este último a modo de epílogo).
Cada uno de estos fragmentos es un pequeño poema visual en el que se describe una acción cotidiana llevada a cabo por un caminante anónimo. Lo poco que sabemos de él lo vamos aprendiendo a medida que avanza el cómic y lo observamos interactuar con su entorno. Sin prisa, deteniéndonos en los más minuciosos detalles.
Deducimos que es arquitecto, por ejemplo, o que le interesa la arquitectura, puesto que en un momento dado lo encontramos leyendo un libro de Frank Lloyd Wright en una cafetería. Y que vive con una mujer, la cual no estamos seguros de que sea su mujer o su hermana. Parecen de la misma edad, y se tratan cariñosamente, aunque no necesariamente con pasión. Entendemos, también, que a ella le gustan las películas francesas, pues en una ocasión lo envía a él a por un VHS de La pequeña ladrona.
Igualmente, sabemos que el caminante es bastante miope, y que le gusta nadar. También los animales, especialmente las aves y los perros. Otra cosa que se hace evidente es que se trata de un hombre amable, paciente con los niños y atento con las personas mayores.
El caminante: Mudos de admiración
Acostumbrados a otro tipo de lecturas, digamos, más mordaces, y caracterizándonos por un espíritu ligeramente alborotador, El caminante es, para nosotros, un cómic diferente. Su mansedumbre es un soplo de aire fresco, y su bondad algo con lo que reconfortarse.
A través de sus viñetas, Taniguchi nos ofrece un punto de vista sobre el mundo, el del caminante, que encuentra un valor estético hasta en los detalles más insignificantes: las vías de un tren, la corteza de un árbol, una barra de labios extraviada en un banco, un bol de comida caliente… etc.
De paso, nos invita a tomar aire y a disfrutar de las cosas pequeñas, desde un paseo bajo la lluvia hasta un baño caliente, pasando por un encuentro amigable con algún extraño. Esto es, en definitiva, encontrarnos en nuestra propia piel y en el mundo.
El caminante es un alegato optimista sin apenas palabras, que invita a detenerse y mirar. Conteniendo muy pocos diálogos, ha de ser contemplado más que leído, y sentido más que razonado.
La influencia del cine es evidente en Taniguchi, especialmente de las películas mudas de Yasujirō Ozu y de la nouvelle vague francesa. También el del cómic francobelga, aun sin renegar de su tradición japonesa. Quizá por estos motivos sea un autor ampliamente leído en Europa, y que su fascinante obra sea muy recomendable para gente no demasiado familiarizada con el lenguaje del manga.
El caminante se encuentra disponible en español en una bonita edición de pasta dura de la editorial Ponent Mon.