Los feriantes
La Feria de Sevilla no es clasista, es ordenada, por un lado están los que tienen dinero, y por otro están los que van a la feria a ver cómo se lo pasan los que tienen dinero y casetas privadas. Una metáfora de la vida.
También es verdad que uno puede ir a la feria y meterse en una caseta pública, pero hay que tener cuidado porque en algunas hay actuaciones interactivas de artes marciales mixtas. Son actuaciones espontáneas y de inmersión total, por lo que puedes estar tomándote una coca cola y que alguien te rompa una silla en la espalda. Ese tipo de casetas son fáciles de reconocer, tienen en la puerta un furgón de la policía antidisturbios.
Año 1998. Feria de Sevilla
Esta es la historia de cuatro amigos dirección a la feria. Llevábamos quinientas pesetas en el bolsillo y una garrafa de vino de dudosa calidad. La idea era sencilla, beberse todo el vino, vomitar y volver diciendo que lo habíamos pasado de puta madre, que unas chicas muy guapas nos habían invitado a sus casetas, bailamos sevillanas, cantamos, follamos y nos pagaron el taxi de vuelta. Si nos veníamos muy arriba contando la historia, incluso podríamos decir que seríamos los futuros dueños de las empresas de sus padres.
No recuerdo si acabamos la garrafa o no, lo que sí recuerdo es que me desperté en el hospital con una pulsera en la mano izquierda. Cuando te pasa algo así, lo único que te consuela, es saber que la pulsera está en el brazo y no en el dedo gordo del pie.
Ya en casa, recibí la llamada de una prima que me contaba una historia de lo más rara. Según ella, yo y los tres capullos que me acompañaban (palabras textuales), habíamos ido a su caseta la noche anterior y habíamos protagonizado una de las escenas más vergonzosas de nuestra familia. Por lo menos hasta ese día, porque un año después mi primo tomó el relevo, pero esto lo dejamos para otro día.
‘Hay mucha gente en la feria, es fácil equivocarse’
Ya de entrada era una cosa extraña eso que decía mi prima, porque yo esa noche la había pasado durmiendo en el hospital con mi pulsera, y no recordaba haber estado en su caseta, es más, no recordaba ni haber estado en la feria. Estaba claro que se equivocaba de primo o de persona, hay mucha gente en la feria, es fácil equivocarse.
Por lo visto, los individuos de los que ella hablaba, llegaron a su caseta a eso de las cinco de la mañana, en un estado deplorable, y después de discutir un rato con el portero, consiguieron entrar con una garrafa enorme de vino casi vacía a la que le habían colocado una corbata. Después, recorrieron toda la caseta molestando a los allí presentes y cantando, Mi gran noche de Raphael. ¡Que hijos de puta!, cómo se lo pasaba la gente y yo durmiendo en el hospital como un pringado.
Los camareros y el portero los echaron cuando, por lo visto, uno de los capullos se subió a una mesa al grito de: “Yo soy el rey lagarto, yo parto y reparto“, (Jim Morrison) mientras derramaba el poco vino que quedaba sobre las mesas. Me hubiera gustado verlo, hay que tener estilo para hacer algo así.
Mi prima sí tiene caseta privada
De todas formas, que alguien vaya a tu caseta y se ponga a repartir vino, era algo de lo que alegrarse, y no para tomárselo a mal. Pero mi prima siempre ha sido muy estirada, será por eso que tiene caseta privada.
Después de esa llamada, y viendo que mi prima aseguraba una y otra vez que fuimos nosotros, me vi obligado a pedir un traje prestado, e ir a esa caseta en la que nunca había estado con anterioridad, a pedir disculpas. Al entrar, algunos me aplaudieron mientras cantaban: Qué pasará, que misterios habrá, puede ser mi gran noche. Fui a la barra y empecé con mi disculpa.
– Hola, por lo visto, ayer por la noche, yo y unos amigos, estuvimos por aquí un poco borrachos. No recuerdo mucho, de hecho, no creo que fuese ni yo, pero si os ofendimos en algo, os pido mil disculpas en nombre de todos.
Era una putada que tuviese que estar allí disfrazado con un traje pidiendo disculpas por algo que yo no había hecho, y aún lo era más, estar haciéndolo solo. Antes de ir, llamé a los otros tres personajes por si alguien se acordaba de algo y me acompañaba, pero nadie me cogió el teléfono. La amistad es así, cuando hay que reírse te sobran personas a tu lado, pero cuando el tema es otro…
– No pasa nada chaval, en feria pasan estas cosas cada día, no te preocupes, te vamos a invitar a una copita.
Sólo de pensar en tomarme algo me daba náuseas, pero por educación, lo hice.
Yo no sé cuántas disculpas pedí y si todas acabaron con “tómate una copita”, pero me desperté abrazado al váter, gracias a dios, era el váter de mi casa. Levantarse abrazado al váter de una caseta debe ser algo bochornoso. Tampoco es que hacerlo en el váter de tu casa tenga más glamour, pero es un poco más higiénico. Me faltaba un zapato y la chaqueta del traje.
Estuve todo el día con una resaca horrible y rezando para que el teléfono no sonara. Creo que no hubiese soportado volver a la feria a pedir más disculpas.
Años después, alguien tuvo la ‘original’ idea de celebrar una despedida de soltero en la feria. He de reconocer que fui con miedo, pero me fue imposible decir que no.
Estamos tan agustito…
Dentro de lo que cabe todo acabó bien, si bien significa no despertarse en el hospital. Lo que sí pasó es que en la última caseta, todos quisimos pagar la ronda final. El alcohol hace que te vuelvas aún más gilipollas de lo que eres como norma general. Y por lo visto, lo conseguimos. Al día siguiente, reconstruimos lo que pasó, y fue algo así:
Amigo 1: La última la pago yo, toma. Dinero en barra.
Amigo 2: Ni hablar, (abrazo y beso) aquí pago yo. Más dinero en barra.
Desconocido 1: ¡A mis amigos no les vayas a cobrar!, te cobras de aquí (golpe en la barra con un billete gordo).
Yo: No tengo dinero para pagar la última ronda, pero ahí van mis cinco últimos euros. A la barra.
Con estas, y en un estado de estamos tan agustito (que diría Ortega Cano) dejamos en la barra más de 90 euros y nos fuimos con los vasos. La cuenta no creo que fuese más de 40 euros. Habíamos dejado sin querer una propina tipo Arabia Saudí. Estoy seguro de que desde entonces, hay una foto nuestra junto al jamón, con la esperanza de que volvamos algún día.
Hace cuatro años volví a la feria después de mucho tiempo, esta vez no bebí, y os puedo asegurar que tendría que haberlo hecho, porque vaya fauna había en la caseta que entré, era como estar viviendo en bucle la escena de la fiesta de la película La Gran Belleza de Paolo Sorrentino.