El Universo cofrade de Semana Santa
Nos vamos de Semana Santa, ¿o no?
Decir que no te gusta la Semana Santa en Sevilla es un sacrilegio, pero hacerlo siendo sevillano son palabras mayores. Aunque no debería decirlo, la Semana Santa no es lo mío, no soy creyente y además no me gusta estar rodeado de gente, no es que me agobien las personas, es que me molestan. A pesar de todo esto, y teniendo en cuenta que no dejo de ser sevillano, me guste o no la Semana Santa, ahí va mi relato.
Llega la Semana Santa y las hordas de cristianos bien vestidos
Recuerdo que el primer año que salí de nazareno en una cofradía yo tenía trece primaveras y lo hice por dos razones: porque mis hermanos ya salían, y porque quería probar qué se sentía llevando un capirote y una túnica. El resto de los años, que fueron cuatro o cinco, lo hice porque, aunque solo fuera por un día, era el único modo de desplazarme de un sitio a otro de Sevilla en plena Semana Santa sin quedar atrapado en una horda de cristianos bien vestidos.
Si todas las hermandades cofrades salieran del mismo color, sería algo fantástico, uno podría ponerse la túnica el domingo de Ramos y moverse libremente y sin agobios por la ciudad saltando de una cofradía a otra, como si de autopistas de peaje se tratara.
Hay un vídeo muy famoso en internet donde se ve una piscina llenísima de chinos con flotadores, uno ve el video y piensa; “ahí no cabe ni un alfiler”, pues bien, un sevillano es capaz de meter allí a mil chinos más. Esto puede parecer una exageración, pero no lo es. En estas fechas las masas humanas se mueven como un solo ser, si no las abrazas con amor y dejas que te lleven donde quieran, te empujan y te pisan la cara hasta morir. Pero eso sí, siempre con respeto que estamos en una semana sagrada. Recuerdo que un año salí a comprar pan el lunes santo, me metí en una de estas masas y no llegué a mi casa hasta el domingo de resurrección. En serio, si alguien no me cree, debe venir a comprobarlo.
‘Salir de nazareno puede costar lo mismo que un garaje en el centro de Sevilla’
No sé si la gente lo sabe, pero el que la virgen vista de oro no es casualidad. Entre la papeleta de sitio, la túnica, el capirote, las flores para el paso y los cirios, salir de nazareno puede costar lo mismo que un garaje de dos plazas en el centro de la ciudad. Pongo este ejemplo porque hace poco vi el precio de una plaza de garaje en el centro de la ciudad y se me saltaron las lágrimas. Al principio pensé que vendían el garaje con dos Porches dentro, pero no, era solo el precio del garaje.
Creo que se nos ha ido la olla con este tema, en poco tiempo escucharemos hablar de la burbuja de las plazas de garajes y entraremos otra vez en recesión. Es curioso, pero cuando en un anuncio se utilizan las palabras: ‘singular, original y peculiar’, uno ya debería de saber que te quieren cobrar por lo que sea, mucho más de lo que realmente vale.
Semana Santa: todo depende del tiempo
Que pagues una pasta por salir en una hermandad de nazareno no significa que salgas. Todo depende del tiempo. Si ese día hace malo ya te puedes ir a casa. Uno de los años en los que yo salía de nazareno se suspendió la cofradía porque se supone que iba a llover. Al final no llovió. La decisión fue un bajón para todos. La gente lloraba por la pena de no ver a su cofradía salir, yo lloré por saber que había pagado por unos cirios que no se iban a usar y que me volverían a cobrar al año siguiente.
Siempre me ha sentado mal pagar dos veces por lo mismo. A decir verdad, y aunque está prohibido, sí que me llevé mi cirio escondido bajo la túnica y si no me llegan a ver, me llevo las flores del paso para hacerle a mi madre un centro de mesa. Entiendo que el tiempo no es algo que se pueda controlar, pero sí que se podrían inventar una especie de ‘tarifa plana de penitencia’. Uno paga una cuota, y puede salir en todas las cofradías que quiera con la misma túnica (otra razón por la que todas deberían de vestir del mismo color) así, si llueve, no hay que esperar un año entero para empuñar tu cirio y arrastrar tus penas por la ciudad.
En Semana Santa… Cuidado con el cirio
Las personas que nunca hayan salido de nazarenos podrán pensar que es duro estar tantas horas andando descalzo arrastrando un cirio, pero no, lo realmente duro llega cuando se entra en la catedral, ahí es donde se palpa el espíritu de la penitencia. De momento, tienes que ir al servicio y mear con el capirote en una mano y el cirio en la otra. El primer año dejé mi cirio fuera del baño para ir más cómodo y cuando volví, alguno de mis otros ‘hermanos’ de cofradía, me lo había cambiado por otro con un tamaño no superior a una vela de cumpleaños. Se acabó el poder apoyarlo en el suelo el resto del camino.
No entiendo cómo alguien puede quemar las tres cuartas partes de un cirio de más de un metro en la mitad del recorrido de una cofradía, es casi imposible, pero hay gente que lo consigue, y seguro que lo hace, porque sabe que en la catedral tendrá la oportunidad de darle el cambiazo a un capullo que deje el cirio fuera del servicio.
Amor de madre (y de madre con bocata de jamón)
Si la entrada en la catedral es caótica porque todo el mundo va al servicio a la vez, la salida es toda una odisea. Tienes que intentar buscar el tramo donde ibas y colocarte en el mismo lugar. Es más fácil ganar la bonoloto dos veces con los mismos números, que encontrar tu sitio exacto. Al final te metes casi sin mirar, y todo va bien hasta que te das cuenta de que eres el único nazareno de color negro de la hermandad.
Cuando sales del templo viene la parte más estresante para mí. Tienes que buscar a tu madre entre un mar de madres que buscan a sus hijos para darles un bocata y una lata de refresco. Se supone que vas descalzo y no hablas a modo de penitencia, pero te comes un bocata del tamaño de una almohada de matrimonio y una lata de coca cola sin ningún remordimiento.
Todas las madres creen que son capaces de reconocer a sus hijos mirándoles solo los ojos. Pero una cosa es el amor de madre, y otra muy distinta el reconocimiento de iris.
– Ahí viene Antonio, esos ojos son los ojos de mi Antonio, sin duda. ¿Antonio, cómo estás?
– Señora, lo siento, pero yo me llamo Francisco.
– ¡Antonio, déjate de tonterías!, aquí tienes el bocata de jamón serrano del bueno.
– Gracias mamá.
Yo debo de tener unos ojos muy genéricos porque más de un año he llegado a donde estaba mi madre cargado con cuatro bocatas y seis latas de refresco.
Ser costalero en Sevilla
Otra cosa que es tradición aquí en Sevilla, es que los niños te pidan caramelos y cera para hacerse una bola con ella. Me gustaría saber cuál es la parte divertida de hacerse una bola de cera, pero bueno, cada uno se lo pasa bien a su manera.
Decía Joaquín Sabina en su canción La del pirata cojo que quería ser mercader en Damasco y costalero en Sevilla, yo a tanto no he llegado, pero un año salí descalzo solo por probar algo nuevo, quería ser un penitente vocacional. Recuerdo que no llevábamos ni media hora de camino y ya había apagado tres colillas de cigarros. Cuando no apagaba un cigarro se me pegaban en la suela de los pies caramelos chupados. Es super agradable ir por ahí andando con siete caramelos en el talón izquierdo y dos entre los dedos de los pies.
– Nazareno, dame un caramelo.
– Claro, espera un momento que levanto el pie y coges el sabor que quieras, dile a tu padre que también tengo tabaco.
Al terminar el camino tuve que dar gracias a Dios por solo haber pisado colillas y caramelos, porque pasé por una calle en la que solo me faltó pisar jeringuillas, cristales rotos y latas oxidadas.
El último año que salí de nazareno
El último año que salí de nazareno, mi madre que no anda muy fina de la vista se equivocó y me cosió el escudo del capirote al revés. El escudo tenía tres cruces. Si una cruz invertida es algo satánico, no quiero pensar qué lo son tres, algo super mega satánico, lo máximo.
Recuerdo que me tuve que tirar todo el trayecto con una mano en el pecho (a lo Julio Iglesias) tapándome el escudo. Ese año no hubo dudas de quien era yo, y mi madre me reconoció rápido a la hora del reparto de bocatas, pero no lo pude coger, porque en una mano tenía el cirio y con la otra me tapaba el escudo.
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